domingo, 27 de junio de 2010

El caserón del viejo


"Cuando Simu Bagarris adrezó la inclinación de su pocilga bélica con aquella aberración acústica, nadie podía pensar que se trataba de un Hest. Todo el mundo sabía que los Hest habían sido los ilegítimos habitantes de la ribera oriental. Hasta bien entrado el cuaternario lunar, aquel páramo escarpado recibió el nombre de Hestlandia, pero cuando aparecieron las primeras trifulcas internas en el seno parlamentario, se desenterraron todos los rencores imaginables y los Hest se fragmentaron en desquiciadas avalanchas de violencia. Sus melodías fueron incapaces de hallar recursos en unas tierras ya de por sí malditas, castigadas por aquellas fuertes tempestades veraniegas y aquellos largos e inexpugnables inviernos. Optaron por la parrilla, donde freír la carne cruda del prójimo. Una carne más suculenta y gustosa si la comparamos con la de los fieles Gropecs. Éstos, más toscos y rudimentarios que los primeros, por peludos y corcovados y por haber sido privados del don de la palabra, cedieron con mayor facilidad ante la elocuencia del látigo, y pasaron a ser considerados simples bestias de carga. Los más afortunados entre ellos, conocieron las delicias de los hogares, encendidos por cálidos fuegos y tazones rebosantes de huesos untados con miel. Otros empujaron los carromatos, buscando tierras más amables donde los Hest desaparecieron entre el polvo del camino.
Pero Simu Bagarris podía considerarse el último. El último de aquella lejana estirpe, porque aquello que estaban viendo los vecinos de Burgundia, no era sino una encarnación fantasmal de la barbarie. El carromato de guerra de Simu Bagarris descendía la ladera con tal velocidad, que parecía que más que avanzar, rodara colina abajo. Unos cuantos compinches insertados en los estrechos compartimentos de la coraza, con chinchetas entre los dientes, cimitarras acuciantes y agua hirviendo en sus comisuras, esperaban agazapados el momento de abalanzarse contra los odiados ocupantes de sus legendarias tierras..."

Un viejo decrépito y de mirada soñolienta estaba sentado frente a la puerta de su casa, mientras narraba estas y otras historias, a un grupo de niños que sentados a su alrededor, seguían atentos los lances de aquellas disparatadas leyendas. Estaba anocheciendo, cuando se podían oír con absoluta nitidez la voz aguda de las madres llamando a voces a sus chiquillos. Entonces El viejo Burundi cesó de narrar y encomendó a los muchachos para que se dirigieran a sus respectivos hogares. Éstos acataron la voz del anciano, no sin antes desearle una buena noche. Los niños se alejaban, moviendo sus brazos en el aire, sin dejar por un momento de ejecutar alegres señas de despedida. El viejo respondía a los simpáticos gestos, mientras cargaba su pipa con nuevo material y acompañaba el ritual con densas volutas de humo. Era viejo Burundi, casi tan viejo como aquel sauce que dormía a los pies de su caserón. Sus manos cuarteadas, sus escasos dientes, su prolongada y blanquecina barba corroboraban la longevidad de aquel magnífico cuentista.

Pero una noche los niños no volvieron. Es cierto que sus madres los llamaron incansablemente. Que recorrieron y escudriñaron en el último de los agujeros. Se vieron obligados a emprender amplias redadas y hombres armados con arcos y escopetas se adentraron en lo más profundo del bosque temiendo lo peor. Pero ni rastro de los niños.
A una madre desesperada se le ocurrió acudir al caserón, con la intención de preguntar al viejo Burundi. Éste estaba como siempre, sentado a la puerta de su casa, aferrado a su pipa de cerezo y con su cálido bastón apoyado contra la encalada pared. Pero su vientre había crecido desproporcionadamente. Era cierto que hacía tiempo que los adultos no visitaban al viejo, pero el cuentacuentos siempre se había destacado por ser un hombre flaco y más bien famélico. La mujer, al quedar cerca de aquella abominable barriga, no pudo evitar distinguir entre la superficie oronda de la carne, siluetas de extremidades y cabezas de niños pugnando por salir de aquel agujero carnoso, sin cesar, ni tan siquiera por un momento, de moverse.

Todavía recuerdo las últimas voces del Viejo, instantes previos a quedar colgado de aquella mugrosa picota cercenante.

- Los devoré. Debía protegerlos. Se estaban convirtiendo en adultos.


sábado, 26 de junio de 2010

Blind Harry.


Harry el Ciego había llegado a las afueras de Stirling. Sabía que en lo alto de una colina estaba el castillo, una gran fortaleza casi inexpugnable. Lo dibujó en su imaginación y lo convirtió en versos. Escuchó el correr de las aguas del río Forth. Caminó hacia él, recorrió sus meandros en dirección al castillo y llegó hasta el puente, el famoso puente de Stirling, donde se detuvo largo tiempo a realizar extraños cálculos y a meditar.


Aquel puente unía el sur de Escocia con el norte; sin embargo, Harry pudo comprobar con sus pasos de ciego que era tan estrecho como le habían contado. No podían cruzarlo más de dos o tres caballeros trotando parejos. Era un día despejado y Harry podía escuchar con claridad el agua corriendo mansamente bajo la piedra. Su instinto le decía que el río era ancho pero profundo. Recorrió la longitud del puente y contó más de quinientas yardas. En el extremo, recolectó un montón de piedras, volvió sobre sus pasos y las dejó caer desde diversos puntos centrales del puente. Agudizó el oído al máximo y, tras el impacto con el agua, sintió las piedras golpear el fondo del río. Efectivamente, era lo bastante profundo como para que un caballero acorazado encontrara la muerte por ahogamiento, bajo el peso de su propia armadura. Harry el ciego saltaba y cantaba de alegría a cada descubrimiento. Jamás volvería a faltarle el sustento.


Corría el otoño del año 1470. Las condiciones climatológicas serían parecidas a lo acontecido aquel histórico 11 de septiembre de 1297, tantas veces reconstruido en la imaginación del ciego. Tras los arrebatos de euforia iniciales, Harry se acostó en el suelo del puente, relajó sus músculos fatigados por el largo viaje y su alma de poeta se desparramó sobre la piedra. Comenzó a sentir la memoria del puente en forma de sutiles vibraciones. Habían pasado más de ciento cincuenta años, pero su sensibilidad extraordinaria percibió el paso de una pesada caballería inglesa, tal vez 600 unidades y, a un lado del puente, las respiraciones de 25000 infantes furibundos esperando la orden para marchar. Al otro lado, un disciplinado pero humilde ejército escocés, de no más de 7000 hombres a pie y 150 caballeros, comandados por un tal William Wallace, esperaban pacientemente contenidos no sin dificultad por su valeroso cabecilla.


El cuerpo de Harry el Ciego comenzó a convulsionarse. Los escoceses esperaban pacientemente el paso de su enemigo. Los ingleses pensaron que cumplirían las reglas de la caballería, que les dejarían formar al otro lado del río para comenzar la batalla. Pero Wallace sabía que eso suponía un suicidio en masa, que su inferioridad numérica era un factor que estaba por encima de la cortesía marcial. En mitad de la lenta maniobra inglesa, que ya duraba varias horas, los escoceses se abalanzaron como lobos salvajes sobre el cercenado ejército británico. Las claymore, espadas escocesas gigantes, altas como un hombre de pie, caían como losas sobre los ingleses. Apostados en un flanco, los ciento cincuenta caballeros escoceses aparecieron por sorpresa y partieron al enemigo en dos. El comandante inglés, alarmado por el desastre, ordenó al resto de la caballería atacar atropelladamente. El puente cedió por el peso de sus corazas y los ingleses perecieron bajo las aguas tratando de quitarse las armaduras. Sin caballería, con alrededor de 7000 bajas fulminantes, y los escoceses lejos de ser diezmados, el ejército inglés tuvo que retirarse.


Harry el Ciego investigó las leyendas orales sobre William Wallace y las compiló en un gran poema épico que recitaba a cambio de alojamiento y comida. Su texto sirvió a otros poetas durante siglos para enaltecer el sentimiento patrio escocés y sirve hoy en día como referencia histórica. Pero después de la segunda guerra mundial, la corona inglesa eliminó la figura de Wallace de los libros de texto escolares y éste cayó en el olvido.


Hasta 1993. En ese año, un escritor llamado Randall Wallace visitó el castillo de Edimburgo y se encontró con una vetusta estatua del héroe nacional. Investigó y se asombró de no haberlo conocido antes. Creyó sentir la sangre del héroe corriendo por sus venas. Acudió a la biblioteca y sacó un antiguo ejemplar de The Actes and Deidis of the Illustre and Vallyeant Campioun Schir William Wallace, de Blind Harry. Inspirado por el poema épico, escribió un libreto llamado Braveheart. El resto de la historia ya la conocéis.



viernes, 25 de junio de 2010

Historias del dojo. Go.


En un dojo de Karate Kyokushin de Alicante, los alumnos calentaban en el tatami. El sensei se retrasaba. Pasaban ya treinta minutos de la hora de inicio habitual. Aquello no era normal y algunos alumnos se impacientaban.


El sensei llegó por fin. Se disculpó por la tardanza, hizo las flexiones de castigo correspondientes (porque en esta disciplina, el maestro no exige lo que él mismo no hace) y comenzó la clase con la actitud acostumbrada en él.


El sensei encarnaba una extraordinaria combinación entre calma profunda y activación sensorial extrema. Su economía de movimientos le permitía hacer lo que debía hacer, en cada momento, en cada espacio, con el menor esfuerzo y la mayor efectividad. A falta de una palabra más precisa, se podría decir que su aura estaba hecha de agua calma, con esa tensión superficial que de algún modo refleja un interior fluido, de la misma manera que el lago sereno parece a simple vista formado por un duro material. Dada su avanzada edad, y al no ser propenso a las exhibiciones, las pocas veces que desataba su destreza corporal provocaba un considerable asombro, sobre todo entre quien no sabía leer estas cosas previamente.


Sin embargo, ese día, algo inesperado le había ocurrido al sensei. Sus alumnos se percataron de que tenía los brazos raspados y sangraba por un codo. Sin duda había sufrido alguna caída bastante grave. Quizá estaba volviéndose algo descuidado, ahora que oteaba un horizonte sexagenario. Tal vez sus músculos estaban atrofiados o sus reflejos habían perdido rapidez. Puede que su mermada elasticidad le hubiera jugado una mala pasada, topándose con la rigidez de los años al intentar alguna agilidad ya imposible. Acaso su equilibrio comenzaba a sufrir los desajustes propios de la vejez o había sido víctima del pensamiento confuso que la degeneración neural suele provocar a esas edades. Todos los alumnos elucubraban explicaciones más o menos parecidas, pero ninguno se atrevió a preguntarle.


Tras finalizar un ejercicio de especial dureza, mientras la clase entera recuperaba un poco el aliento, el sensei se dirigió a sus alumnos. Solía hacer esto en los descansos para aprovechar el tiempo transmitendo conocimiento de forma oral. También se cuenta de Sosai Oyama, el fundador de Kyokushin, que sólo después de someter su cuerpo al entrenamiento más duro imaginable estudiaba libros clásicos de filosofía zen.


- No podemos pretender vivir en un mundo aséptico -soltó de golpe.


El sensei miró al suelo y se quedó en silencio por un momento. La clase escuchaba atentamente. Siempre era interesante escuchar lo que decía el sensei, a pesar de que uno no estuviera de acuerdo al cien por cien con todas sus opiniones y de que, con el paso de los años, las historias se fuesen repitiendo.


- No se puede pretender vivir en una burbuja de cristal -prosiguió-. Las cosas malas suceden, por mucho que uno trate de evitarlas. Siempre existe la probabilidad del imprevisto. Es mucho mejor entrenar la fortaleza, tanto física como psíquica y espiritual, que tratar de sobreprotegerse de un mal cuya naturaleza aún no conocemos.


Se miró los brazos en el espejo y señaló sus recientes heridas. Después continuó explicando:


- Hoy mismo he tenido un accidente con la moto. Un coche se ha saltado un stop y no he podido hacer nada para evitar chocar contra él. He anticipado el impacto con toda claridad, como si viviera la caída a cámara lenta. Me ha dado tiempo a girar el cuerpo, a estirar un brazo para esconder la cabeza entre el hombro y el pecho, a apoyarme encima del capó y a caer en el suelo dando vueltas sin perder el control en ningún momento. La persona que conducía el coche ha salido asustadísima pensando lo peor. Ha insistido mucho en que me quedara quieto en el suelo hasta que llegara una ambulancia, porque al parecer así lo aconsejan los manuales de primeros auxilios. Pero, yo... ¿por qué iba a quedarme quieto estando ileso? He realizado algunos movimientos de comprobación y me he levantado sin problemas.


Los alumnos comprendieron ahora el origen de las heridas y sintieron gran admiración por su maestro. Uno de ellos comentó:


- ¡Menos mal que era usted, sensei! Cualquier otro estaría en el hospital.


- ¡Quien lo haya visto se habrá quedado pasmado! ¡Aún no lo creerá!


- ¡Gracias también a que iba solo en la moto! -dijo un tercero-. Si llega a ir con un paquete, ¡seguro que se hubiera matado!


- Oh, no. No iba solo -respondió el sensei-. Mi hija venía conmigo, pero ella no es ningún paquete.


Su hija entrenaba también a menudo en el gimnasio. Ostentaba el título de sempai, cinturón negro, y solía ocuparse de las clases infantiles.


Desde el suelo, comenzaron a hacer el ejercicio que imita el pedaleo de la bicicleta para endurecer los abdominales inferiores. Después, sin dejar de estar sentado, el sensei elevó las piernas juntas y rectas hasta que los pies quedaron a la altura de la cabeza, puso una mano a cada lado de las caderas y, sosteniéndose únicamente con los dedos, levantó todo el peso de su cuerpo, quedando, desde ciertos ángulos, como si estuviera levitando.


- ¡Vamos! ¡Arriba! -exhortó a sus alumnos.


Ninguno de ellos pudo aguantar esa postura más de dos o tres segundos. Todos lo intentaban hasta temblar y ponerse rojos, pero acababan cayendo porque los dedos no aguantaban. El sensei les miraba sonriente, sentado varios centímetros por encima del tatami y sin aparentar ningún esfuerzo.


jueves, 24 de junio de 2010

Esperarem a l'any que ve

...ja vam dir que el foc afaiçona les ánimes com el ferro la pedra.

Estimem tant la nostra ciutat que ens faria joiosos vore-la cremar.
No ens la estimem tant com per a botar-li foc amb l'esforç de les nostres mans.
No s'ho mereix.

Continuem esperant el dia.

Tal vegada s'hi done la meravella.
Qui sap.

Imagineu-se:

Una espurna fugissera aplega a un balcó de roba eixuta i estessa.
( Qui poguera furtar-ne una a Prometeu!)
La roba crema i s'incendia la casa del cosat
i després l'illa sancera
i després el barri
i després la ciutat
incloent-hi ajuntament, comisaria, casino i panaderies.

Per fí la xicoteta pantomima
esdevindría la més abellidora de les festes.

Ah! Aleshores, nosaltres, els exiliats, nosaltres,
les criatures d'ulls clucs i camí d'esma,
els fills del desencís i la recança,
amb els nostres cossos d'ivori esmolat,
amb les nostres ombres fetes de badall i deler,

eixiriem feliços a bellugar les aletes.

Quan creme Alacant sancera
será festa pa moratros, "xe: pague jo",
diría més d'u
i envers els gemecs dels cadávers carbonitzats
entonarem la nostra cançó infinita
de pau, caos i destrucció.

lunes, 21 de junio de 2010

Hombre mirando a melón



Vino Apocalipsis, bronceada y yé-yé a base de los calores del averno, a cobrar una deuda atrasada.

El hombre le abrio la puerta, y ella, luego de café y pastas asturianas, le sajó el pecho en dos para ver el género.

- veamos, veamos...un reloj que no funciona...un vaso de odio...tres foto de petit suisse, ya adolescentes...

- Ya? susurró distraido el hombre.

- Momentum, que casi está...vale, ya está usted muerto.

El hombre se preguntó qué es lo que debería de hacer ahora.

- Siga con su rutina, caballero, haga lo de siempre- le recomendó apocalipsis- . Todo está en este folleto. Le recomiendo que se pase un tiempo en la isla de Babia. No dude en descarnarse si el calor aprieta y aplíquese cal al femur entonces, no vaya a oscurecerse con la canícula...si se quiere divertir, lea del folleto, y sabrá algo más de nuestro sponsor.

El hombre se sentó pues, en su sillón orejero ( también sentó a sus dos orejas, aburridas de estar suspensas. Esto les sentó bien) y hojeó el folleto, nuestro Hola eterno.

Al parecer, Dios fue hace algunos eones el principal empresario del universo. Todo iba fetén, hasta que San Gabriel conoció la mercadotécnia, desarrolló el alma como moneda de cambió, y estructuró mercados de capital en cada uno de los anillos celestiales. Hubo un primer crack, y ciertos valores cayeron en el infierno.
Luego la opa hostil de un holding de Arcángeles tocó mucho las pelotas al Creador, quien finalmente dimitió.


- lA DÁN por culo, me voy de esta cuEVA de mierda...Gritó al marcharse.


Curioso que de estos insultos surgiera la primera pareja humana.

- no puede ser!! Bramó turbado el Hombre- Es una explicación muy cutre!!!

- Manías del consumo, manías del consumo. Respondió Apocalipsis. ¿Sabe usted que la lechuga común conoce más astrofísica que usted? Lo malo es que no consume más que energía solar, es muda y no tiene extremidades. Un pésimo cliente, oiga.



El hombre siguió leyendo el folleto. Averiguó que Dios se pasaba el día fumando mundos asomado al vacío y que durante el mioceno se construyó un melón enorme, para tomar la siesta dentro de él los días de calor.

El día en que Don Carbón inauguró el Holoceno, dos querubines vieron el melón a la deriva del vacío, con rumbo espaldas al sol.

- Y quién dirije ahora el cotarro?, preguntó el hombre al apocalipsis.

- Pues no lo sé , soy un asalariado, caballero- Respondió esta...esa información es
sumamente restringida, pero deme un par de días, conozco un par de contactos,...


...veré qué se puede hacer...



EL INTRUSO

TRAJE DE NIEBLA

Caminar
preñarse los ojos de navaja, de turbulencia, de acracia.

Señorear por los postulados de la entrega plácida
inútil de los primeros albores

Señuelo de mejilla
beso incorruptible
atroz asfalto de húmeda escarcha
Petróleo de caricias
maquillaje ilegal
edredón intacto
de la madrugada

Volumen puro, inocente
del puente
y la lujuria
de las colillas y las faldas

Jugueteando entre las arterias de la trama
Ser soplo
falacia
ternura de barro conmovido
error
átomo
substancia

enigma tocado por sombrero
atravesando la niebla
y su morada

Y con los desgastados zapatos del siempre
con los brazos colgados de la propia estatua
deambular con la levita honesta de las balas

Depravado de livianas sospechas
víctima del neón
de los escaparates
de las esquinas
del agua

aletear inmerso por entre los huesos de la jaula

Acariciando los hielos de la copa

escuchando el pálido silencio
de las nubes, de los aires, de las prendas
de la nada
y sentarse en una terraza a morder la vida

con impaciencia de cuaderno
con urgencia de cartero
con asombro de fogata

domingo, 20 de junio de 2010

¿Se puede fotografiar un átomo?


Era una fiesta sorpresa, todo lo sorpresiva que permite un cumpleaños. Vizeu, algo inocentemente, venía con un tesoro bajo el brazo y una isla en la cabeza.

Entregó el tesoro como regalo, sin ser consciente de su carambola stevensoniana a tres bandas: el cumpleañero, último de los Stevenson que existe; Robert Louis Stevenson, el escritor edimburgués; e Ian Stevenson, bioquímico, psiquiatra y colega de viaje de Huxley y Hoffman. Este último entra en juego no sólo por el apellido, sino porque estudió, y según dicen documentó, la reencarnación humana, aunque fue incapaz de construir una teoría científica al respecto. Pero no es el tesoro lo que vamos a tratar aquí, sino una pregunta que surgió del ego insular de Vizeu.

Después de que alguien aventurara que a día de hoy los átomos sí se pueden fotografiar, Vizeu preguntó: ¿por qué utilizan, entonces, dibujos en los libros de texto? No es que él estuviera interesado en la respuesta, pero una discusión absurda donde templar los egos podría ser un pasatiempo entretenido. Así ocurrió, de hecho. Los sujetos suplantaron al objeto de la manera más hilarante. Hoy es momento, tras el jolgorio, de retomar el objeto de la discusión.

En primer lugar, las ondas de la luz son mucho más grandes que los átomos y, por tanto, no rebotan en ellos. Así que ver, lo que se dice ver el átomo, no vamos a poder verlo nunca. Sencillamente está fuera del alcance del sentido de la vista. Sin embargo, lo podemos representar, según la información que podemos medir y cuantificar.

En segundo lugar, ¿qué es una fotografía, sino una representación? Si alguien cree que una foto es una transposición, una ampliación o una disminución de la realidad, está en un error. La información previa de una fotografía se codifica, y luego se descodifica para darle la misma forma. Esto es así desde el nitrato de plata hasta la era digital. El resultado es una imagen, no la realidad misma. Por lo tanto, lo que vamos a ver se pueden considerar, en efecto, fotografías fidedignas de átomos. Para saber más de las técnicas concretas, recurran a los enlaces.

La primera data de no hace mucho tiempo, porque estos temas son muy recientes. La publicó la revista Science en agosto de 2009 y se trata de una molécula de pentaceno, que consiste en cinco anillos (las casualidades existen a un nivel preocupante) de benceno.

http://www.technologyreview.com/blog/editors/24040/


Se dirá que esto es una molécula, no un átomo. Sí, es cierto. Pero si quieren más carnaza, fíjense en esto. Unos tipos se atreven a afirmar que han fotografiado, no ya átomos, ¡electrones!, y además en sus dos variantes:

http://www.ojocientifico.com/2009/09/15/la-primera-fotografia-de-un-electron/#more-3878



No voy a poner fotos de hileras de átomos que hay por ahí y que son fácilmente localizables, pero aquí podéis ver incluso un video:

http://focus.aps.org/story/v15/st6

Lo cierto es que una foto de un átomo solitario no he encontrado, pero sería algo absurdo quedarse mirando una bola indefinida como la del electrón de arriba. Por eso creo que en los libros de texto se seguirán utilizando dibujos, Vizeu, que siempre resultarán mucho más didácticos. De todas maneras, en los años en que nosotros estudiamos, aunque hubieran querido, no hubieran podido poner otra cosa que dibujos.

Al margen del tema de los átomos, lo que más me ha gustado investigando esto es saber de la existencia del microscopio de efecto túnel. Algo increíble. Puesto que para esta tarea no podemos usar microscopios de uso habitual, por el tema de la luz, este tipo de instrumento consiste en una aguja muy fina que se posa sobre una superficie átomo por átomo, como si estuviera leyendo un disco, y puede reconstruir una imagen utilizando el llamado efecto túnel. Este efecto es algo alucinante, algo cuántico, que se basa en la nube de probabilidades de posición y velocidad de las partículas, en lugar de basarse en las partículas mismas de la realidad convencional. En fin, toda una virguería con la que los científicos se entretienen. Mirad lo bien que se lo pasan construyendo un corralito de átomos de hierro sobre una superficie de cobalto.

http://www.unizar.es/ina/equipos/microscopioSTM.htm


Supongo que podríamos coger una de esas bolitas, ampliarla, ponerle un bonito marco y decir: Mira lo guapo que ha salido mi átomo. Aunque, ya digo... ¿qué interés podría tener eso?

Saludos de un átomo más.

viernes, 18 de junio de 2010

LA GRAN MURALLA

El emperador Shi Huang Ti, (260 a.C-210 a.C) ordenó construir una tapia que protegiera su huerto. Pero su miedo no disminuía, y como continuaba sintiéndose inseguro, a la mañana siguiente, mandó a sus hombres que tapiaran también el palacio. Desde bien pequeño, el emperador soñaba con ser inmortal. Con el tiempo, aquel deseo sólo hizo que aumentar, hasta convertirse en el centro de una aguda obsesión. Era cierto que había padecido más de un atentado, pero sus agentes se encargaron de frustrar las intenciones de los asesinos, sin lograr calmar en ningún momento, la enfermiza imaginación del todopoderoso emperador, que pugnaba con la misma fuerza por unificar los diferentes estados feudales como por salvar su propia vida.

A oscuras y en absoluto silencio, recorría los interminables pasillos de aquel gigantesco palacio, acompañado de sus escasos siervos de confianza. Cambiaba de habitación en mitad de la noche, convencido de despistar así, las confabulaciones de los astutos criminales que tramaban un atentado contra su vida. El palacio constaba de 365 habitaciones. Y cada noche se representaba el mismo juego.

Llegó incluso a contratar a dobles. Hombres que gozaban de un extraordinario parecido con él, pululaban por las diferentes estancias del recinto, vestidos con las mismas fastuosas ropas que solía vestir el tirano supersticioso.

Su ejercito continuaba anexionando estados feudales con severa prontitud, mientras su aparatosa burocracia pasaba a convertirlos en numeradas provincias de un nuevo imperio basado en políticas marcadamente legalistas. Tras conquistar el último estado chino independiente (en el 221 a. de C), Shi Huang Ti se convirtió en el definitivo emperador, dominando finalmente toda la China, algo que no tenía precedentes en la historia.

Fue entonces cuando Shi Huang Ti decidió quemar todos los libros que hasta el momento existían. Aquella demencial decisión tuvo sus detractores, y éstos pasaron a correr la misma suerte que los libros.

Ahora sí podía asegurar que era el primer emperador de la China y la historia le daba la razón.

Mientras, los más afortunados, se vieron obligados a levantar una muralla que protegiera aquel imperio. Miles de chinos trabajaban infatigablemente en aquella abominación, que ya sabía Shi Huang Ti, se vería desde la mismísima luna.

Pero el primer emperador no pudo ver finalizada su obra. Murió de un paro cardiaco, ejecutando un viaje por la China oriental, en busca de las legendarias islas de los inmortales (situadas más allá de la costa este), creyendo que el mágico elixir se hallaba en la isla de Zhifu.

Eran los comienzos de septiembre del año 210 a.C, y se hallaban camino del palacio de la prefectura de Shaqiu, que estaba a dos meses de distancia de la capital, Xiangyang. El primer ministro y su mano derecha, Li Si, verdadero hombre de confianza, quedó gravemente consternado. La noticia de su muerte levantaría revueltas inevitables y debilitarían el reciente imperio, dadas las brutales políticas aplicadas y el creciente resentimiento de la población, forzada a trabajar, generación tras generación, en un proyecto tan interminable como la Gran Muralla.

Llevaría dos meses al gobierno alcanzar la capital, y no sería posible detener el levantamiento desde otro lugar. Li Si decidió ocultar la muerte del emperador y regresar a Xiangyang con el muerto, en el interior de una diminuta diligencia imperial.

Li Si recorrió más de 3000 kilómetros encerrado en una lujosa carcasa con la compañía solitaria de un muñeco de carne inerte. Desconocemos los temas que pudieron entablar en su interior, ni como se las arregló Li Si para soportar el olor de esas fétidas conversaciones.

La mayor parte del elenco imperial desconocía la muerte del emperador, y cada día, Li Si entraba en la diligencia, donde se suponía que viajaba el emperador, pretendiendo hacer que discutían trascendentales asuntos de estado. La supersticiosa y maniática naturaleza del emperador mientras vivía, permitió que esta estratagema funcionara y que no se despertaran sospechas entre los cortesanos. Uno de los dobles, consiguió penetrar en palacio sin ser visto, y alcanzar la habitación donde Li Si guardaba el cadáver. Entre los dos se deshicieron del cuerpo, y fue así, como Shi Huang Ti logró su ansiada inmortalidad.

Más fatigoso era por las noches, cuando Li Si debía escuchar, las voces, los pasos y los cuchicheos constantes de los otros dobles, que también ansiaban una parte de aquella suculenta inmortalidad.




TEORÍA DEL LABERINTO

Tome un autobús sin mirar. El primero que pase. Pero sin detenerse en el número o el recorrido establecido de la jornada. Mire distraído por la ventanilla. Deje volar su imaginación.
Cuando no reconozca el barrio o se sienta inseguro ante el paisaje que transita, solicite parada y descienda.

Toda calle es un espejismo del plano.
Una réplica de nuestro vértigo y nuestra angustia.
Toda calle es un ángulo del abismo.
Un brazo del monstruo que toda ciudad es para el hombre.

Escuchará las conversaciones del resto de pasajeros.
Y creerá que es un extranjero en su propia tierra.
Sentirá un peso en la garganta, en la boca del estómago y la menor corriente de aire erizará los límites de su carne.

Es usted un hombre. Un hombre, un hombre, un hombre.

Repítalo muchas veces, tantas veces como sea necesario.
Cuando la palabra suene hueca y carente de significado, abrá usted atravesado una pequeña portezuela.

Se ha perdido.

Los sentimientos de opresión y vastedad son dos púgiles repartiendo mamporros contra el puching ball de su cabeza.

"La ciudad es una esfera inteligible, cuyo centro esta en todas partes y la circunferencia en ninguna".
Una esquina es la quebrada ebriedad de un recuerdo.
Una farola, un banco, un pozo.
Un peatón que el azar situa en tu trayectoria, al doblar la manzana se ha desvanecido.
La boca abierta de una alcantarilla o una paloma extraviada.
Un parque, un árbol, una ventana encendida o una sombra.

Como ve ninguna disciplina existe con mayor interés que la de pasear a la deriva.
Ello se debe a las imprevisibles transformaciones de las calles a lo largo del tiempo.
Un mapa, una cuchilla, una palabra.
Las calles adoptan nombres que nada dicen sobre la piedra.
Muertos.
Lápidas que sirven de orientación mientras estamos vivos.
El sentimiento de extravio aumenta su miedo y su desolación ante el mundo.
No reconoce ni un sólo fotograma.
Busque la periferia.
Olvide la cena, su trabajo, sus hijos, su esposa.
Verá como una vez vivo, se pasea con mayor levedad por las álamedas.

COGORZA

Bebían para olvidar. Cuando llegó el camarero con la cuenta, apenas recordaban sus nombres.
Tuvo que aparecer un policia, que se ofreció gentilmente para llevarlos a casa. Como no lograban situarla sobre el plano, acabaron durmiendo en el calabozo. Una mágica noche que dura ya cinco interminables años.

martes, 15 de junio de 2010

Nos huyó la vieja

Yo soy ese loco que se esconde en su guarida
esperando el advenimiento de ningún amanecer,

ninguna rosa

en ningún jardín de ninguna parte
soy
ese loco que teje lentamente y aguarda, ,y mientras teje,
vestido de la nada de sus ausencias, cavando fosa y vacío,
prepara su venganza de pegatinas de colores y confeti mohoso.
Yo soy ese tipo de loco que muchas más de las más noches las pasa en vela.
Yo soy ese loco insomne. Mirad mis ojos vidriosos.
Ved como nunca dejé de ser mi propio laberinto y mi propio parque de atracciones.

Para la fiesta quiero hierba y vino,
porque así es como el espíritu de la tierra entra en nosotros y nos libera del disfraz
falaz de los nombres, falso del número de avenidas, de portales, de población activa,
de identidades, de trajes, de nombres, de moldes, de marcas,
de la idea,
esa vieja alcahueta coja,
la idea,
esa puta vieja,
esa vieja seca y ladina nos engaña
y hemos jugado desde pequeños a construir un calidoscopio de fantasía
con todas las cometas que nos huyó la vieja
con todos los pinceles que nos huyó la vieja,
con todas las flores que nos huyó la vieja, la idea,
el concepto. Nos huyó la vieja. La idea.

Hierba y vino sólo nos darán más ebriedad.
Lo sé porque yo soy ese loco que aguarda
el increíble advenimiento de ninguna estrella
escondido dentro de una caja.
Que cadacual invente su propia almendra.
Y sobretodo
y de verdad por favor
que cadacual sea su propio perro,
que son bastantes ya las ciudades sumergidas que nos miran,
son suficientes las evidencias del mandala
en nuestras frentes tempranas.

Vengo del sur,
donde el sol es de fuego y la luz cegadora,
los cielos limpios de nubes son mis párpados indecibles,
y aunque soy ese loco que antiexiste,
sé muy bien que nos huyó la vieja.


Hoy he venido a contaros tres cuentos.
Uno sobre tuercas y muelles.
Otro sobre princesas y morsas.

He venido hoy
a contaros tres cuentos.
Uno sobre morsas y princesas.
Otro sobre muelles y tuercas.

Fue hermosa la historia de los muelles y las tuercas,
como el sol y la luna y la tierra y la mar,
amantes
bajo el crepúsculo de la espuma y la sal
amantes,
muelles y tuercas,
como la luna y el sol,
como la tierra y la mar.
Siempre anduvieron lejos muelles y tuercas.

Distanciados por un espacio de silencios horrorosos,
separados por un mundo que no les comprende
un muelle
y una tuerca
se han amado en secreto.
Mútuamente. En sus pensamientos.

Quiso ser el muelle
tornillo de las noches de verano perfumadas por el olor de su piel,
tornillo que encajase en su amada tuerca, joven y bella.
Quiso ser el muelle tornillo,
quiso ser tornillo el muelle.

La tuerca fue regalada, recitada, intraexistida de soñarlo.
La tuerca quedó espléndida, estupenda de existir.
La tuerca fue feliz de ver al muelle insistir.

Ocurrió que el muelle no encajaba para nada,
en las rendijas de su amada,
y de tanto ofuscarse en su soñada
ausencia de ausencia regalada,
se fue estirando descuidado
de que con sigo mismo se anudaba
en el cuerpo de su tuerca amada
para dejar de ser muelle
y ser alambre atrapado.

Y sin embargo,
es más hermosa,
la historia pomposa,
de la princesa y la morsa:

Ocurrió que una morsa quedó enamorada de una princesa en un castillo no muy lejos.
Ocurrió que una morsa quedó enamorada de una princesa nada más verla.
Ocurrió que una morsa se enamoró de una princesa. Ojos
de papel
labios
de perfecto cristal. Concluída. Resuelta. Grande era su gracia
y princesa era entre las más hermosas la más bella.

Ocurrió que la morsa comenzó a acudir todos los días a su castillo con alguna excusa.
Ocurrió que la morsa enamorada de la princesa iba a verla siempre que podía.
Ocurrió que la morsa absurda, la inconcebiblemente absurda morsa
se había propuesto conocer
qué había detrás del brillo de su sonrisa, detrás de su fina blusa.
Ocurrió que la morsa, la inconcebiblemente absurda morsa
no le dijo nunca nada a la princesa. Nada dijo la morsa.

Calló la morsa.
Y el silencio de su amor sólo lo compartió con las alimañas del bosque.
Calló la morsa. Y la princesa esperaba sus colmillos, su grasa, su baba.

Nada le dijo nunca la morsa a la princesa.
Nada le preguntó tampoco la princesa a la morsa.
Y un buen día, sin más, se fue la morsa.

Se fue la morsa. Se fue la morsa.
Ya no volvió la morsa. No volvió más la morsa.
La morsa se fue sin decir nada
y la princesa echó de menos
sus colmillos, su grasa y su baba.

Pero esto sólo son cuentos.
Esta es en realidad la historia
de como nos huyó la vieja.

Primero la juzgamos abordable. La consideramos definida.
La juzgamos finita, ya conforme a sus propias reglas.
Nadie puede escapar de la vieja que nos huye.
Nadie puede escapar de la vieja que nos huye.
No pudó escapar nadie. Huyó la vieja.
Fíjate como se aleja y te alcanza.

Huye tan rápido la vieja que cuando al miras ya está en otro sitio.
Poca gente lo sabe, pero las ideas es una vieja.
No. La idea es una vieja y se sienta a tomar el sol en los parques.
Las ideas
es una vieja.
Y casi nadie lo comprende.
La locura consiste en que todo el mundo está excesívamente cuerdo.

La locura del mundo
la alimenta la vieja que nos huye
con sus botes de laca y sus candelabros.

Oh! Loco insomne de las noches infinitas e iguales!
Oh! Muelle incalculable que gravitas alrededor de tu imposible!
Oh! Morsa inmunda! Oh, absurda morsa!

Todo lo que nos pasa es porque se fue la idea.
Antes de llegar.
Antes de venir vino.
Antes de llegar se había marchado
la vieja,
las ideas.

Por eso la locura de este mundo enfermo de cordura.
Huyó la vieja.
Sabedlo, morsas, muelles, tuercas,
locos insomnes.

No hay tribu.

No hay templo.

Huyó la vieja

y el mundo agoniza enfermo de cordura.

TUSITALA

Por todas esas noches


Vizeu le regaló aquel libro sin saber hasta que punto le estaba regalando aquel libro.

Ciertos personajes, no pueden ser concebidos sin una cualidad congénita. Un sueño o una pesadilla que les acompañará a lo largo de toda la vida, otorgando un sentido particular a su efímera existencia. Puede ser una enfermedad, una inclinación, un lugar, una mujer. Ese tipo de verdades nos convierten en víctimas de nuestros propios prejuicios. -Vicios- diría el Señor B. - Pecados- diría G.K.Chesterton.

Creer que ese característico estilo a la hora de caminar, viene precedido de una cojera que le estuvo esperando en ese parque, en ese clavo, antes de que él llegara; podría ser igual de desatinado como pensar que al señor V, la tuberculosis le atendió en una calleja de Edimburgo antes incluso de que Edimburgo pudiera siquiera ser concebida. Pero no es mi intención visitar este diario para sembrar unas cuantas y pobres aseveraciones esotéricas para después marcharme.

Ahora sé que no podré marcharme mientras ustedes no lo quieran.

Todo hubiese sido mucho más fácil, si la fotografía de aquella contraportada y la que ahora tengo en mi portafolio, no fuesen la misma en mi memoria.

En el siglo XVIII, Adisson, lo plasmó con mayor precisión. “El alma cuando sueña es teatro, autor y auditorio”. De todas formas, y apesar de mis intentos por no abrir la puerta, tarde o temprano aquella noche debía de llegar.

Un rostro me visitó alrededor de la una de la mañana. La habitación permanecía sumida bajo la penumbra. Yo me hallaba envuelto por mantas y un sudor frío devoraba mi frente. Sus escrutadores ojillos se ocultaban tras unas gafas de metal seco, su ralo flequillo, su perilla descuidada. Un rostro tímido e inteligente que no tardé en reconocer. Me levanté asustado. Y el rostro se evaporó.

Yo mismo tuve ese sueño, sólo que padecía puntuales modificaciones. En mi elucubración, el enfermo no era yo, sino él. La enfermedad no era la gripe, sino la varicela. También el escenario cambiaba. Alicante cedía su protagonismo a Heidelberg. No la ciudad situada en el valle del río Neckar sino la otra.

La que no existe, y yo, sin embargo, soñé.


Supe que no se trataba de una alucinación porque la habitación quedó impregnada de un intenso olor a cigarrillo Nobel. Y ustedes saben que yo jamás fumaría Nobel.

Se han conservado numerosos cuadernos de apuntes del señor V, en los que anotaba, brevemente, argumentos; uno de ellos, lo conservó en mi poder. Es de 1879, tenía veintinueve años, está escrito: “ Una serpiente es admitida en el estómago de un hombre y es alimentada por él, desde los quince años a los treinta y cinco, atormentándolo horriblemente. Una mañana el hombre no puede más y se decide a vomitarla. Esa misma noche yacen juntos, abrazados en el lecho conyugal”.

Qué lejos quedaba entonces Davos, Nueva York, el balneario de Bournemouth y las islas del Pacífico Sur.

Esa misma mañana, paseando por la calle tropecé con un niño. Era totalmente analfabeto. Pero eso no fue lo espantoso. Me dijo que tenía ocho años. Sus diminutas manos sostenían una mandíbula ancestral. Y pensé: “Puede que ocurran acontecimientos extraños, misteriosos y atroces, que nublen la imaginación de una persona. Y que esa persona los impute a enemigos secretos o a seres celestiales, y que descubra, al fin, no sólo que esos enemigos secretos son sus amigos, sino, que él es el único culpable y la causa”.

Esa misma noche volví a soñar. Esta vez me encontraba en Upolu, Samoa. El sol era resplandeciente y las gaviotas se mecían bajo un despejado cielo azul. Paseaba junto a un joven veneciano que dibujaba cómics para la revista "l´Asso di Picche". Tomábamos fotografías cuando un grupo de samoanos llevaba a hombros la mortaja de un hombre momificado, cubierto por bellísimas flores, y gritaban con voces de elocuente festividad y agradecimiento: TUSITALA!!TUSITALA!!!. Al llegar a lo alto del monte Vaea, arrojaron el cadáver a la boca del volcán.

Al día siguiente recibí un mensaje. Decía: “He perdido la virginidad con una joven prostituta”.

Robert Louis Stevenson


Para comprender bien a Robert Louis Stevenson, uno tiene que comprender primero la ciudad de Edimburgo. He tenido la enorme suerte de pasear durante un día por sus calles y captar algo de la psicología del ambiente.


En este dibujo del año 1460 se puede apreciar cómo lo que hoy en día es el casco antiguo de la ciudad se haya asentado sobre una colina alargada, a los pies del castillo. Por ello, incluso en estas fechas, hay una calle central que lo atraviesa y a sus lados se abren pequeñas bocas de callejones que conducen a realidades mucho más bajas en altura, a cual más distinta, dando así lugar a una parte alta luminosa con oberturas hacia diferentes tipos de oscuridades. Esta es una de las primeras dualidades que marcarían al joven Stevenson.



Como se puede apreciar vagamente en el dibujo, la ciudad estaba rodeada de una poderosa muralla. A medida que creció la población comenzaron a construir unos edificios encima de otros, llegando hasta las 7 u 8 plantas, quizá 9 ó 10, algo impensable en la época de la que hablamos y, por supuesto, todos apiñados como buenamente salían. A las diez en punto de la noche, los habitantes del antiguo Edimburgo empezaban a arrojar las aguas fecales almacenadas durante el día por la ventana. Así se creó otra dualidad: en las primeras plantas la pestilencia era insoportable y, en consecuencia, en las plantas altas vivían los más pudientes. Se puede añadir, además, la cantidad ingente de chimeneas que existía en tan reducido espacio, llenando todo de humo e impidiendo la ventilación de la ciudad.


En el siglo XIX la situación se hizo insostenible para algunos y, a la derecha del mapa, donde se ve ese lago, y donde suelen ocurrir estas cosas, se construyó la New Town. Desde entonces habría dos ciudades, otra dualidad. Todos los ricos abandonaron en masa la parte vieja y dejaron numerosos edificios vacíos, los cuales fueron inmediatamente ocupados por los pobres más avispados. Sin embargo, donde antes vivía una familia por planta, ahora vivía una en cada habitación. El problema de la superpoblación se agravó, y con él los olores, el humo, etc.


Robert Louis Stevenson nació en la parte nueva de la ciudad en una familia acomodada. No obstante, se hallaba fascinado por los contrastes de la parte vieja y paseaba por sus callejones contemplándolo todo: interminables pobres adueñados de edificios ricos; la luz despedida por las ventanas y la oscuridad impenetrable de los adoquines (no existía iluminación pública); el aire más o menos respirable de los pisos más altos y la hediondez absoluta de las plantas más bajas.


También se debe añadir, en honor a la verdad, que el tipo era un golfo del copón. En aquella época la población edimburguesa de la parte vieja bebía de media tres galones de whisky por semana, que corresponde al volumen de 24 pintas, ya que estaba más barato que la cerveza y el frío era atroz. Eso sin contar que había más prostitutas que en el Port Royal de Morgan y La Habana de Castro juntas. De hecho, el joven Stevenson perdió la virginidad en aquellas calles. Pero también es cierto que la cantidad de personajes e historias truculentas que allí se daban estimulaban convenientemente su creatividad literaria.


En fin, no es de extrañar que los personajes del autor de La isla del tesoro vengan definidos por fuerzas antagónicas jungianas, siendo el caso más claro El extraño caso del doctor Jekill y mister Hyde.


Y como no podía ser de otra manera, los escoceses de esta ciudad siguen perseguidos por tales dualidades. Son gente de lo más cívica y cabal desde el lunes por la mañana hasta el viernes por la tarde. Durante el fin de semana, sin embargo, los brebajes realizan sus transformaciones sobre los edimburgueses.


lunes, 14 de junio de 2010

saga alimenticia

eternos respetos a B,
el último que existe
Musashi, ese espadachín antes de Meijii
no, señores, no, el otro.
El de Murcia. Al parecer, Algun pariente se le salió de Okaido en el xvi. Nadie es prefecto.

Musashi, le consultó a la pared.

- Me quieres?
- Necesito tiempo – respondió la pared
- Podemos volver, cambiaré- espetó angustiado el muy nipón.
- Te quiero, pero como amigo- sentenció la superficie...

Así, una noche de blanco sostén, cuando la luna fumaba nubes afiladas y la medianoche se abalanzaba con su frio cartilaginoso sobre la ciudad del puerto, vi yo, borracho perdido , a las paredes de Musashi desfilar, cabizbajas, por el callejón Oppenheimer, arrastrando las cuatro sus pequeñas maletas llenas de cuadros de paisajes, relojes, estantes, y cerámica situacionista. El ruido terroso de sus fricciones contra el asfalto parecía un siseo de advertencia.
Las cosas, también lloran.
Nadie sabe de qué están hechas sus lágrimas.

El pobre Musashi quedó en su apartamento sin paredes, con el techo sin saber qué hacer, ingrávido, volante, sobre la cabeza de nuestro amigo.

- A mi no me mires, replicó el techo, yo soy un mandado.

Temibles y hermosos objetos, se dijo musashi muy decimonónico, razón tiene aquel que dijo que os une una sutilidad invisible. Dignidad común teneis vosotros contra el tiempo y orgullo a pesar de la destrucción!

Pasaron tres días.
Musashi decidió morir, pues, para ser objeto.

Se bebió un bote de salfumán y esperó digno, sentado, con uniforme militar.
Al tiempo descubrió que era fanta naranja.
SE lanzó, llorando, por la ventana. Durante el medio segundo de ingravidez consecuente recordó que tenía que dejar de comer embutido ( sus pectorales ondulaban como gelatina en un terremoto ) y que vivía a ras de calle.
Su vecina del segundo lo descubrió boca abajo en la acera.

-Duerme usted Señor Musashi? Espetó la vieja al culo de nuestro protagonista.
- despiértenme en el juicio final!!! Respondió M.

Fruto de la desesperación, y ante la conclusión de que los suicidios son harto incómodos , este nuestro audaz decidió por último ser práctico y acortar terreno. Se asumió como muerto y fue con una silla plegable a un descampado a las afueras, por donde los hombres no suelen rondar . Se sentó, contempló la luna y no esperó, porque esperar es humano. Musashi era una cosa. Se dedicó, entonces, intensamente, a ser.

Al cabo de las horas, le entró hambre y se fue a su casa a comerse un bocadillo de chóped.

Pues vaya historia.

Sí, Musashi, un bocata de chóped repetido ad infinitum, puede convertirse al final en la sola verdad, la única belleza, la indiscutible bondad. En su carne rosa podremos albergar aciertos matemáticos, la ratio última de los quantos, la fiebre del conocimiento, la voz de los astros. ..
Larga vida al chóped, pues.
Viva.

viernes, 11 de junio de 2010

X



Un pajaro hace un nido.

¿Quién es el artista?

¿La naturaleza?

Historias del dojo. Shi.

El ronin y el maestro de té.


Tal vez sorprenda leer que la palabra 'samurai' significa 'siervo'. Esto no quiere decir que esta casta de guerreros ocupara un bajo escalafón social en el Japón feudal. Al contrario, ellos eran la élite de la sociedad de entonces. Tenían derecho a llevar armas y a usar apellidos, cosas prohibidas para campesinos, artesanos y comerciantes. Sin embargo, para la cultura japonesa no parece que servir se considere un deshonor. La ceremonia del té, donde lo que ocurre realmente es que se sirve té, requiere años de estudio y preparación, existiendo tres escuelas principales. También la cultura cristiana y otras han considerado la servidumbre como camino de realización. En general cualquier persona, de cualquier rango social o creencia personal, da muestras de clase y humildad cuando voluntariamente sirve a sus semejantes. En esta línea, los samurai eran fieles sirvientes de su 'daimyo', señor feudal soberano existente entre los siglos X y XIX. Si su señor moría, no dudaban en suicidarse mediante seppuku o, en el mejor de los casos, vagaban sin amo en busca de una muerte prematura, convirtiéndose así en 'ronin', la peligrosa y enigmática figura del samurai errante.


Tras la terrible batalla de Sekigahara en el año 1600, llegaba a su fin el periodo de guerras civiles que durante largo tiempo asoló el Japón y comenzaba la unión territorial bajo el shogunato del clan Tokugawa. En dicha batalla el resto de clanes fueron definitivamente derrotados, dejando auténticas montañas de cadáveres de samurai en el campo de batalla y ríos de ronin por todo el Japón, puesto que los supervivientes no regresarían derrotados y sin honor a sus aldeas. En el periodo de paz que comenzaba, se aniquiló a todos los cristianos, que allí no tuvieron tanta suerte como con los indios americanos, y se prohibió la presencia de extranjeros en todo el archipiélago. Japón se miraba a sí mismo, y así estuvo más de dos siglos hasta la restauración Meiji en 1867. En las guerras recientes el mosquete de mecha había hecho su aparición, y también la arquería y la equitación cobraron protagonismo. Conseguida la paz, el noble arte de la espada regresaba a la vida cotidiana del Japón y aparecieron guerreros de gran importancia histórica, como Miyamoto Musashi, autor del conocido libro de estrategia de Los Cinco Anillos, que hicieron de la esgrima y de la katana símbolos inalienables de Japón.




Se cuenta que por aquellas fechas un ronin se había apostado en el puente de un río para enfrentarse a todo guerrero que pretendiera cruzarlo. Llevaba allí varias semanas y, en ese tiempo, había hecho huir o derrotado a más de cien hombres. Uno de aquellos días, un maestro de té a quien le habían hecho el encargo de preparar la ceremonia en un castillo cercano, llegó hasta el puente y se encontró con la hostilidad del decidido ronin. Las ropas y colores pertenecientes al señor del castillo hicieron pensar al ronin que se hallaba ante un guerrero.


- No puedes pasar sin lucha -le espetó éste.

- No soy un guerrero -contestó el maestro de té-. Sólo acudo al castillo para prepararle el té al daimyo.

- No me importan tus excusas -insistió el ronin, quien por orgullo ya no se avino a razones-. He jurado morir aquí y que nadie cruce el puente mientras viva.

- Pero si yo muero ahora -replicó el maestro-, será mi honor el que se vea seriamente en entredicho, pues he jurado preparar el té en el castillo y los invitados del señor esperan.


Tras algunas deliberaciones, el ronin dejó pasar al maestro de té con la condición de que, cumplida su promesa, regresara al puente para darle la oportunidad de cumplir él la suya.


Esta eventualidad no turbó la mente del maestro y llevó a cabo la ceremonia con la impecabilidad acostumbrada. La ceremonia del té está muy influenciada por el zen y se pretende que el momento, irrepetible, se disfrute al máximo. Para conseguir esto, se requiere una concentración extrema y un cuidado del detalle exquisito. El señor del castillo, hombre también docto y avezado, quiso fijar la fecha para una próxima ceremonia. Entonces el maestro le expuso lo acontecido y se disculpó por no poder seguir sirviéndole como hasta ahora. Su daimyo, tras un momento de intensa cavilación, le aconsejó:


- Tu nivel de concentración es tan elevado que no creo que tengas problemas para enfrentarte con ningún samurai. Toma, llévate esta espada. Cuando comience el combate, empúñala con ambas manos, álzala sobre tu cabeza y cierra los ojos a la espera de sentir la cercanía de tu enemigo. Cuando esto ocurra, asesta un único golpe con todas tus fuerzas. Después espera la muerte en calma, porque morirás con honor: con toda probabilidad, ambos moriréis.


El maestro agradeció a su señor que le brindara la posibilidad de morir con honor. Regresó al puente donde el ronin esperaba. Cada uno tomó posición a un lado del mismo. Se observaron mientras el río rugía furioso más abajo. El ronin desenvainó y gritó para dar comienzo al combate. El maestro adoptó la posición que le había aconsejado su señor, alzando la espada por encima de la cabeza, cerrando los ojos con calma y disponiendo su alma como una hoja de otoño espera la llegada del viento.


Después de un buen rato, nada había sucedido. El maestro se preguntó si la muerte era algo tan sutil. Abrió los ojos para comprobarlo y lo que contempló no le asombró más que el perfume que emanan los ciruelos de su jardín, sobre todo en la época de maduración de la fruta.


El ronin había huido.




jueves, 10 de junio de 2010

EL FLAUTISTA DE HAMELIN


Estaba despierto en sueños porque escuchaba su corazón arder mientras caminaba por la vida. Con la flauta pegada a los labios, pronto encontró la escuela de las aves abierta. Con un trozo de madera agujereada se arrojó al abismo. Y no quisó más del mundo. Se vistió de plumas porque se hacia de día por los caminos cuando él pasaba. Su melodía cautivadora derribó las puertas de los psiquiátricos y propició los lances de las artes amatorias. Vagando por los recovecos y las arrugas de la tierra.
Los habitantes de aquel lejano pueblo un día le pidieron ayuda. "Las ratas se comen el presente. La peste alcanza los picos de los campanarios."
El accedió. Y humildemente pidió a cambio cumplir el trato acordado. Sonó su flauta y hordas largísimas de ratas lo siguieron. y aquel lugar quedó a salvo.
Pero al cabo de los años regresó. Pues deseaba ver cumplida su promesa. Pero le vendieron por un puñado de mentiras. Juró venganza y sonó su flauta. Aquella melodía contenía pasajes que encerraban la locura. Y los niños se ocultaron en sus hondas huellas. Y hordas largísimas de niños lo siguieron, y aquel lugar quedó condenado.

LOS TRES MÚSICOS


La calle. La perra calle. El humo y la mugre. La rueda del viejo. La tienda de comestibles plásticos. Las farolas y la ginebra. La niebla y los tacones de aguja. La luz temblorosa de las esquinas. Los fantasmas y los bares abiertos hasta el alma. La chatarra y sus voces. Golosinas caducadas. Las persianas oxidadas por la fiebre. Las vias del ferrocarril ilusorio. Escombro y delirio. Delicia y tachuelas. El portón donde los perros follan y se lamen la úlcera. Los cementerios y las patatas calientes. Las cervezas destripadas de cualquier parte. El pan recién salido del horno hurdiendo un trayecto en el aire. Los niños jugando con una pelota mientras del cielo caen monedas de chocolate del cielo. La peluqueria metafísica de los calvos. La fruta podrida de las aceras. Los picos de las aves y los picos de los ángeles tóxicos. Los parques inhabitados. Los farolillos y los borrachos ajenos. Los ciegos y los berridos de la máquina. Los mendigos y las putas y las escuelas de las chimeneas dibujando en las paredes obscenas muecas de alambre. La calderilla y el sombrero de un timador. El semen reseco de los astros impregnando los bancos y los adoquines. Los carritos de las señoras y los dulces de los demonios. Trileros, parados, taxidermistas, glotones, extraviados, contorsionistas del aburrimiento. Iglesias y pordioseros apuntalando las columnas de la fe. Alcoholicos trabajadores de la mafia. Festivos y eróticos encuentros de la casualidad. Enamorados puntillosos. Espias y candelabros. Mierda y panteismo. Peniques. Mercadillos esparcidos por las alamedas. Confabulación de desastres y alucinados relatos de los aparcamientos. Árboles gigantescos. Grasa y navajas amputando amaneceres con la piel de los trofeos. Taxistas deformes, patios condenados y flores hambrientas de ti.

Extrañas Enfermedades del Contubernio


La sociopatía, también conocida como trastorno de personalidad antisocial (TPA), es una patología de índole psíquico que deriva en que las personas que la padecen pierden la noción de la importancia de las normas sociales, como son las leyes y los derechos individuales. Si bien, generalmente, puede ser detectada a partir de los 18 años de edad, se estima que los síntomas y características vienen desarrollándose desde la adolescencia. Antes de los 15 años debe detectarse una sintomatología similar pero no tan acentuada, se trata del trastorno disocial de la personalidad.

Los sociópatas son personas que padecen un mal de índole psiquiátrico, un grave cuadro de personalidad antisocial que les hace rehuir a las normas preestablecidas; no saben o no pueden adaptarse a ellas. Por esto que, a pesar de que saben que están haciendo un mal, actúan por impulso para alcanzar lo que desean, cometiendo en muchos casos delitos graves. Es común que se confunda a la sociopatía con otras patologías de la misma clase, como podrían ser la conducta criminal, la antisocial o la psicopatía. Pero son trastornos, aunque relacionados, de diferentes características, con otros tratamientos y consecuencias.

Pd.. a mis amigos nihilistas...

miércoles, 9 de junio de 2010

La casita de al lado


Con esta fotografía, de mi fugaz viaje a Clermont-Ferrand, estreno blog. Un saludo a los amigos del contubernio.

martes, 8 de junio de 2010

El Estreno




Son las 7 de la Mañana. Nos hemos quedado sin tabaco y hay que salir a la calle. Para colmo he perdido mi chaqueta en mi propia casa. No estaremos mucho tiempo fuera pensé. Por lo que a mi respecta el frío no me preocupa. Es mi cuerpo el que luego más tarde se pone enfermo y me deja tirado en cama unos días. ¡Que sabio que es! (a veces).

Bajamos del torreón en busca de una máquina expendedora. O eso es lo que creo que estamos haciendo. Nuestras risas y nuestras miradas nos delatan. Si. Aquellas setas de la pizza tenían una apariencia extraña. Ya no hay vuelta atrás. Estamos fuera.

No nos van a dejar entrar en ningún lado. Por lo menos yo no me dejaría a mi mismo, y en los 24h ya no venden. Orientando nuestros pasos hacia el Clan Cabaret la mañana comienza a clarear. Como siempre a esas horas las calles de la ruta están pobladas de gentes y subgentes deambulando y vagamundeando buscando un lugar, un plan, un ligue, más droga, o simplemente no quieren irse a casa. Pero hace frío. Parece que hace frío.

Para entrar a hay que pagar. Un duro inconveniente. Mi compañero se sacrifica advirtiéndome que al menos se tomará la copa dentro. Un gran clásico escuchado noches y noches de borrachera y misiones de nivel 3. Decido permanecer en la calle muy bien no se porqué. Me apetece. Gente haciendo cola por pagar para entrar a un garito lleno donde apenas se puede hablar. Hipermaquilladas van desfilando por la puerta. Flashes de cámaras de fotografía. Risas y miradas malévolas en las escaleras de la entrada. Coño¡ Pensé, si resulta que estoy en un estreno de cine y yo con esta cara.

Pero no es una cosa que me ocupe mucho la mente. Básicamente estoy en la puerta de una sala esperando a que un colega que está comprando tabaco. O eso es lo que creo.
El teatro comienza y el escenario se abre ante mi. Como en un show de variedades, modelos, actores, actrices, algún director de fotografía con el que había trabajado hace tiempo van apareciendo. Todos pasan por delante y alguno me saluda. Enanos, Bailarines, Equilibristas, gentes haciendo malabares mientras tratan de entrar a las 8 de la mañana. ¿Cuánto tiempo llevo ya? Sin reloj, bebida y sin fumar observo la escena plácidamente.

Flashes, más flashes ¿Quién coño está haciendo fotos a estas horas de la mañana?. Me Saluda. A ti te conozco. Me enredo en una conversación que no lleva a ninguna parte. Por suerte mi compañero aparece por la puerta de salida. Le comento mi situación, mis ganas y mis impresiones, pero no me cree. Dice que dentro hay un ambiente increíble. Me coge del brazo y me anima a pasar. Me invitará si es necesario. No lo dudo.

Comienzo a pensar que todo está preparado, que no puede estar pasando, que solo íbamos a comprar tabaco. Pero accedo, si me dejan entrar claro. Me tomaré una y no más. Total, estoy metido dentro de una película dentro de un estreno. Nos acercamos a la entrada cuando parece que todo el mundo que estaba esperando en la puerta decide entrar. Se forma un extraño alboroto en la puerta.

No puede ser, así no. Llevo media hora mirando la entrada y tengo que entrar a empujones. Más flashes y miradas extrañas. Dos tipos que tengo delante de mi cuchichean. Rien. Serán los camellos, siempre al tanto. Pronto vendrán a ofrecerme sus mercancias. La cola aumenta por momentos. Mi amigo me sujeta por el brazo para que no salga huyendo despavorido. Consigo hablar y pagar mi entrada de 10 europios. Y entonces entro dentro de la discoteca. Todos se giran. Suena ‘Dolores se llamaba Lola’ y me pongo a guitarrear salvajemente. Es el 1 de Enero del 2010. Ahora comprendo algo más. No recordaba que estábamos de estreno.

lunes, 7 de junio de 2010

Felicitación transatlántica

A ver si nos vamos casando, qué ya son treintaicuatro.
(Ay! Esta juventú...
http://www.youtube.com/watch?v=9885iHzmBPs

domingo, 6 de junio de 2010

Apología de Becerro

-En una sala de juicios sumarísimos contra músicos de baja estopa:

ACUSADO:

Puede que sea tu cumpleaños
pero no te lo creas
yo se que para ti
todos los días son tu cumpleaños:

JUEZ:

Le recuerdo que el otro acusado no se encuentra en la sala.

ACUSADO:

Le hablo como si estuviera aqui, caballeros,
aunque ahora se encuentra lejos:

SI, yo le vi,
si, yo le vi, señores,
cuando llevaba una camisa de vendedor de horchata,
si, yo le conocí señores,
y, si, también pensé de él(somos gente decadente)
lo mismo que a veces pienso de mi
(qué vago, qué superficial)
más eso era reconfortarse en las cosas que, juntos, no querríamos ser:

Hoy sé, por fin,
que cada nota de su trompeta vale tanto como cada gota de la crema Chet,
y cada arpegio de mi guitarra
es tanto o más bisexual que todos los discos de metheny...

El mundo tenía previsto para el ya una vida,
una coartada barata, una jaula de oficina
a cambio de papelitos de colores

y él, señores,

tan lleno de ignorancia como yo
y tan lleno de pasión
que es capaz de llorar una nota trémula,

escapó, OH, SI, oh señor, Escapó, huyó

directamente hacia el sentido verdadero de la vida:

vivirla felizmente,

y declaro que todos los espíritus de los viejos negros gigantes
le protegeran en cada esquina,

yo no sé, señores del jurado,

si nuestras notas músicales
nuestra imperfección que huele a humo y a sótano,
es digna de lo que ustedes llaman excelencia,

pero puedo decirles

que nadie nos supera en felicidad e irreverencia.

Quisieron comprarle
eliminarle
reducirle
destruirlo
comprarlo
a cambio de papelitos de colores,
y escapó:

Sé que ahora está en el Caribe, rodeado de belleza y de frescura.
Toca la trompeta y lleva una cámara fotográfica.

Y hoy me vienen ustedes a acusar

por la anarquía de sus rizos
por la inexactitud de mi bigote,

pues, sepan ustedes, que somos culpables, y a mucha honra,

de chupar de la teta de la Gran-Madre-Música
con el ansia de un cachorro desagradecido e inconsciente,
y, como no somos religiosos,
sin dar las gracias.

Sepan ustedes, que cuando llegue el juicio final,
la Gran-Madre-Música nos absolverá
pues su bondad dadivosa es infinita

y ustedes,
ustedes serán condenados
a veinte años de reclusión en un frío conservatorio.

Y ahora, si me lo permiten,
le voy a hablar aunque no esté en la sala:

Sopla sopla sopla sopla sopla sopla sopla sopla
sopla sopla sopla sopla sopla sopla sopla sopla
sopla sopla sopla sopla sopla siempre
sopla sopla sopla sopla sopla sopla sopla más

que la Gran-Madre-Música ama por igual a todos sus hijos.