miércoles, 7 de julio de 2010

EL POLÍGONO DE LAS ATALAYAS


Existe septiembre
y esos caminos de hoja triste y anaranjada

Quebré a la suerte y fui a darme de bruces contra el destino de los abogados
vestí la corbata fúnebre corbata de los harapientos
y con mi pico de vago
fui ejerciendo el centro de la diana maderera
observando como una guitarra flamenca devoraba al niño Miguel
en los parques de la inmanencia

Suspendí, Jordi. Otros con más oficio pasaron

Bay
Ventura
Nemo

Pero el mar seguirá siendo esa red que teje el tiempo con sus sueños legañosos
al otro lado de la tierra

Cuando mi pijama de felpa, mi tierno charco de sangre mi ausente sacrificio de trilero
Si, Jordi
yo también estoy seco como el espacio
como ese esparto que comparten los pastores cuando arrecia el hambre y el monte es un pedacito del infierno

Pero el camino es nuestro

Ahora es nuestra fiesta y compartir volteretas y voltios un homenaje a Hiroshima
a todas las guarderías donde fríen cerebros de simio con companaje
en esos fríos garajes donde tu padre aparca su racionalidad para celebrar un gol desde su región imaginada con auriculares
por esos baúles donde duerme la elocuente palabra de los viejos

Loco el mundo
loco el atroz dislate de la geografía
Maldita y sagrada la brillantina
de los cabellos que se estiran hacia atrás hasta tocar la nuca de la pobreza

La semana pasada me llamaron los de S.E.U.R

- Si? Pregunté medio atontado.
- Es usted pobre?- me preguntó la voz de una mujer oronda y desconocida.
- Estoy absolutamente enamorado y sospecho que un agujero en mi cabeza conduce al fondo de la mar.- Respondí con cautela y cierta educación.
- Esta tarde. A las seis de la tarde, diríjase hacia el Polígono de las Atalayas. Una vez allí, pregunté por Victoria. Empezará a trabajar esta misma tarde. Y la voz colgó y la dejé de escuchar.
-Pero de qué?- Pregunté cuando vi que era demasiado tarde para todo.

Por primera vez en mi vida, fui puntual y adulto y responsable y un bigote prefecto separaba mi nariz de una tienda de disfraces.

Ahora soy mozo de almacén y no escribo más mensajes. Y lo siento por la distancia y por no tener un chelín que compartir con mis amigos.

Cuando la tarde se desploma alrededor de las periferias, tiemblo como una centella entre las inhumanas dimensiones de lo atroz.
Naves demenciales invaden espacios de vida cero. Con mi traje de mozo de almacén, me sumerjo en una dimensión estimulante.
Una región eléctrica y mendruga. Verdugo a cada paso, me topo con el horario de los ataúdes que vigilan nuestra incompetencia. Con un bocadillo en mi mano izquierda paseo por los vestuarios esqueléticos y allí dentro hasta los espejos ladran.

Una dimensión que aporrea tus neuronas, hasta dejarte grogi. Que te prepara para el combate.

Que te aturde y te convierte en un trozo de carne con ojos.

Una dimensión donde espacio para las palabras, sólo cajas y más cajas. Montones de cajas y paquetes descendiendo del cielo. Cintas magnéticas que permiten a los paquetes llegar hasta tus mecánicos brazos. Naves y gogantescas salas donde el hombre no vale nada. Donde tu sudor se une al sudor de la mugre necesaria para sostener en equilibrio la verticalidad de esos muros gruesos como el silencio taladrante de las sirenas. Perros. Dovermans y trailers y un puñado de hombres sin suerte se esfuerzan para cubrir la jornada. Marineros que perdieron su barco.

- Zarpó nuestra salvación, amigachos! - y otras bromas parecidas, escupen los más veteranos; y reimos desde el fondo del vientre, río mientras trato de levantar el peso de un muerto envuelto por hojas de salitre y cartón. Casi todos crían hijos en esa cocinas histéricas y cicatrices en el bar de la esquina para juntar colillas y frustraciones, una vez concluida la devastadora sesión de pesca.

Por eso estoy harto y camino como un desaparecido.

Degustamos la camaradería de los que arriman el hombro y se saben esclavos en el inmenso vientre de la ballena. Entonces cantamos y descorchamos cervezas y las historias y los chistes tienen otro sabor. Un sabor distinto. Un sabor demasiado parecido al de la picota y al de la silla eléctrica. Un sabor de paquete, de caja de cartón y tonelada aplastando tu vida. Un sabor a crisma. A disco lumbar averiado. A queja silenciosa y callada. A hombre. A sudor. A pelo.

A mono cargando con la alienación de un mundo enfermo y terminal.

A puño, A cable pelado, A cerebro frito donde los robots se ríen de la ambición enana y de la urgencia humana.

Y pongo mis cajas sobre mi hombro y me río de mi rostro crispado. Sintiendo como mis atrofiados músculos de "artista" se ponen fuertes.
Como mi pecho se ensancha y mi canción se humedece con mi frente desnuda.

Y cae la noche y allí estamos. Amontonando paquetes en el interior oscuro de un trailer. Y cuando en el trailer no cabe ni siquiera un chino mandarín menguado, alzo el brazo y el camionero comprende mi diatriba.
Y parte, rumbo a Barcelona.

Rumba, finito, Puticlub copita de luna, colpet, vaqueret, infinito recostado entre las mieles del asco y el asfalto y el cuero de la rana quemada. Penultimo bar abierto, enagua ligera, escote glorioso, balcón florido de los acantilados
asómate
a la garganta rota de los desamparados

Coge tu coche e invadamos una vez más el descampado de la gloria
San Juan de la Cruz también pasó las noches haciendo el pino puente sobre las fiebres de la laguna mental que todo lo engulle
incluida esta lista de precios y mercadillos
lamiendo el pezón de lo último
la herida abierta del universo
por donde se escapa la galaxia y los polos de limón

con mi funda de ordenador vacía y las estalactitas de mi garganta voy cayendo sobre el verano
patrocinando un homenaje al queso fresco y a todas las tetillas del mundo que permiten que siga habiendo luz en mi taller

Este año seré un poco más alto y el marco de la puerta será un mordisco del cielo
El pomo del amor siembra mi pecho de incongruencias y tan sólo dejo que sus gotas me salpiquen
taquigrafiando mi silueta pantasmagórrica

Mi emisora de radio de cúbito de ernia discal
emergiendo y convirtiéndome en una veleta hiriente
en un soplo de aire que no entra
para que al final se asome el hierro del que estoy hecho
en una interrupción vital de ensayos y urnas
pastelazos y mandangas de un barrio olvidado en la periferia del cerebro

Y cuando mi jornada acaba
salgo a la vida reventado por la paliza y ese cigarro no tiene precio. La soledad y la libertad te abren la mente con su martillo y con su yunque.
Los parkings kilométricos y los desiertos asfaltados donde hoy predicaría Simón si no le hubiera reventado su trabajo.
Camino por encima de la tumba del progreso
camino con mis botas de punta de acero inolvidable hacia mi coche
y me tumbo sobre el paladar del motor caliente

Alrededor del horror
una brisa de paz lo inunda.

Un abrazo, amigo


No hay comentarios:

Publicar un comentario