viernes, 23 de julio de 2010

La tragedia de la erudición artística.

Olvídense de sentencias vacías que afirman que sólo utilizamos un diez por ciento del cerebro. Este centro nervioso es lo suficientemente trabajador como para que resulten de una vaguedad insultante. Hay actividad eléctrica por todo el cerebro, como se puede demostrar aplicando un electrodo en cualquier parte del mismo y leyendo las ondas generadas en un electroencefalograma. Otra cuestión es si lo utilizamos de forma óptima o no. En este sentido, cada persona es un caso. Si imaginamos la red neuronal como una red de carreteras, según el caso, encontraremos: vehículos circulando sin mapa, mapas que no cubren todo el territorio, cuellos de botella en tramos saturados, puntos negros de frecuentes accidentes, infraestructuras en estado deplorable, carencias en áreas de descanso, circunvalaciones ilógicas, etc. Es ahí donde entraría la afirmación de que sólo utilizamos un porcentaje de las capacidades totales de nuestro cerebro, pero sigue siendo una perogrullada tan vana como decir que sólo aprovechamos un diez por ciento de nuestras capacidades musculares.

A día de hoy existe consenso en la comunidad científica sobre las distintas áreas funcionales del cerebro. Se sabe, por ejemplo, dónde situar en la corteza cerebral las zonas motoras, sensitivas, auditivas y visuales. Se conoce, también por citar algo, que el hipocampo y la amígdala sirven de guarida a emociones primarias como el miedo. Se tiene localizado el centro del lenguaje y también el del oído musical. La respuesta al estrés viene regulada por el eje hipotalámico-hipofisario-adrenal. Y todas esas cosas que los científicos fueron descubriendo gracias a la ingente cantidad de heridos de bala en la cabeza que produjo la segunda guerra mundial. Estos descubrimientos sacaron a relucir también una dicotomía que hoy en día es inapelable: tenemos dos hemisferios cerebrales que pueden funcionar y funcionan de manera independiente.

Los dos hemisferios están conectados a través del llamado cuerpo calloso. Esto no es más que un haz de fibras nerviosas que sirve para comunicar las dos partes del cerebro, para que puedan funcionar de manera complementaria. Si se secciona mediante cirugía, cosa que se hace para tratar algunas patologías, como la epilepsia grave, se obtiene un sujeto con dos cerebros funcionando de manera independiente, lo cual genera no pocos ni leves trastornos colaterales. Sin embargo, para los propósitos de este artículo, nos fijaremos en el sujeto normal con dos hemisferios normalmente comunicados.

Cada hemisferio controla la parte opuesta del cuerpo, a todos los niveles. Bajo esta premisa ya se puede intuir que las diferencias funcionales no pueden ser muchas, pero sí que son altamente interesantes.

El hemisferio izquierdo se ocupa del lenguaje y de la lógica. Esto incluye el pensamiento propositivo, es decir, en forma de proposiciones lógicas. Lo cual nos lleva al pensamiento analítico, en el sentido hipotético-deductivo. Esto permite despiezar los problemas en problemas más pequeños. También lleva a cabo el control del tiempo, probablemente por su estructura secuencial. Como consecuencia, el hemisferio izquierdo controla el habla, la escritura, la atención focalizada, la ordenación numérica, la planificación, la toma de decisiones y la memoria a largo plazo, entre otras muchas cosas.

El hemisferio derecho es muy diferente en cuanto a estilo de pensamiento. Comprende la realidad de manera integradora, holística, como un todo, como una gestalt. No descompone los estímulos en partes, sino que los aprehende como una totalidad. Por ello se le atribuyen las facultades artísticas y musicales, y también las matemáticas abstractas y la orientación espacial. El hemisferio derecho sintetiza las diferentes informaciones (táctiles, olorosas, visuales, armónicas, morfológicas...) y devuelve una sensación o sentimiento integrado. Es el hermano intuitivo e irracional, frente al obsesivamente analítico que tiene a su izquierda.

Así funciona la mayoría de seres humanos, aunque puede suceder que sea al revés, sin que ello obste para un desarrollo y funcionamiento normales.

¿Por qué he titulado este artículo como La tragedia de la erudición artística? ¿Y por qué toda esta larga introducción? Para compartir una reflexión que me parece brillante y esclarecedora.

Pongamos, por ejemplo, el caso de un músico. Éste contará con un gran desarrollo, tanto genético como aprendido, de la zona del hemisferio derecho que se dedica al procesamiento musical. Los primeros años de su experiencia musical estarán marcados por la pureza de sus sentimientos. Al no conocer los entresijos teóricos de la música, la recibirá en su hemisferio derecho como una sensación de éxtasis y plenitud. Sin embargo, a medida que se adentre en el estudio, comenzará a ver la música como un orden matemático lleno de relaciones armónicas. Descompondrá la música en conceptos como timbre, tono, melodía, ritmo... De pronto, sin que él se aperciba del cambio, el hemisferio izquierdo, el hermano analítico, cobrará protagonismo y comenzará a desgranar todos esos estímulos y a considerarlos por separado. La música ya nunca volverá a ser esa experiencia extática y plena que conseguía antes, cuando era un ignorante y su hemisferio izquierdo no invadía el terreno del derecho con su pedantería. Lo cual supone una auténtica tragedia, sin duda; tal vez la más irónica y cruel de cuantas le reserve el destino a un artista. Ahora la música es para él lo que el órgano reproductor femenino para el ginecólogo. Esto les ocurre también a los aficionados al cine, quienes con el tiempo pasan de ver las películas como tales a contemplar solamente encuadres, planos, guiones, puestas en escena y un largo etcétera de tecnicismos. Lo mismo ocurre en todos los campos del arte, donde el estudio intensivo siempre corrompe la pureza perceptiva. También el pintor cultivado ve combinaciones de colores, formas y simbolismos, costándole cada vez más apreciar la sublimación artística que esos elementos deberían proyectar como un todo.

Por este motivo la filosofía oriental nos invita constantemente a acabar con la tiranía del hemisferio izquierdo. Para ello se utilizan varios trucos. Desde la recitación de mantras, que mantienen la función lingüística saturada y con ella el hemisferio izquierdo; hasta el método de dibujar incesantemente con la mano derecha, consiguiendo así saturar al hemisferio izquierdo a través de su función motora; pasando por otras opciones, como la propuesta del budismo zen: los koan, acertijos irresolubles a través de la razón que consiguen romper la continuidad analítica y abrir la mente de manera momentánea para recibir una verdad totalitaria. Y todo esto ya lo hacían hace miles de años, mucho antes de la neurología y de la segunda guerra mundial. Nosotros hemos llegado a las mismas conclusiones cogiendo el largo pero seguro camino de la ciencia. Tal vez ahora, que ya por fin, con la lengua fuera, nuestra cultura ha llegado hasta aquí, nos dignemos a prestarles el oído que se merecen.


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