jueves, 4 de noviembre de 2010

Gabriele

Tengo el pecho lleno de nácar
y las rodillas juntas

De los armarios cuelgan las lágrimas de los aparecidos
convertidas en retazos y jirones de niebla

Tengo un alambre que me cruza la vertebra
con un temblor preciso de barcaza en las sienes

Con los ojos abiertos
Un amigo se ha ido
Se lo ha llevado la muerte

Ayer
mientras trabajaba

Por eso tengo una fuente ciega incrustada en el fémur
de la que emana una ínfima partícula de herzios
y oscuros latidos de linterna

Lo sorprendieron sin corazón en la ciudad de los cangrejos

Esa ciudad nocturna
que bebe acordeones de neón y estruja pájaros
bajo las suelas de los zapatos y de las putas

Esa ciudad
cuyo engranaje es la dactilografía de las ilusiones
y sin embargo

Su despacho vacío continua cargado de aire
Su cabeza torcida permanece mirando la espuma
que cae de los espejos

Intacta

Un amigo se ha ido
con los ojos abiertos
hacia la nada
de donde no se vuelve

Trato de rescatarlo mediante un conjunto de memoriosos recuerdos
Un puzzle de minuciosas citas inconexas y amargas
pobladas ahora por su ausencia
por su transparente perfume de vértigo

Y la certidumbre de un campanario
vendrá a ocupar el secreto de las lámparas


Tengo el pecho lleno de lana
y los puños corroídos
por esta lámina de esquela
encerrada en este patíbulo de nieve


Por este tuétano de eficacia
por este retrato de azucenas y cloroformo
que desata las esculturas
cuya naturaleza de arbitrio
hiere la cadencia de los columpios
y la soledad intransferible de las terrazas

La precariedad miserable
que se instala en el cálculo funesto de las certezas

Cuando se apaga el sonido del agua
y el latido vibrante
cede ante la funebre elocuencia de las palabras

Cuando suenan los nudillos del forense
sobre tu pecho y la vida no es nada

Y nadie abre la vida
porque la muerte se ha ido
de la mano

La ebriedad amputada
de sigilo
bajo la escarcha
nos visita
esta noche

Con su manta de mariposas exultantes
y las malvas de su convento imprevisto

y su elegante traje de hierba


Mugre de guitarra vieja suenan los puñales negros
que se acumulan en la garganta
de las piedras inocentes del camino

cuando suenan como crujir de hielos
desde el fondo de las cosas
desde el fondo de su elegante traje de hierba

desde el fondo de las cosas

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