miércoles, 21 de abril de 2010

EL CONTUBERNIO

El CONTUBERNIO
Qué es el contubernio Señor Pibody?
Un estado de la nada. Un recinto íntimo y entregado a la metafísica del peinado interno. Es una mueca dispuesta al guantazo, o un alarido compuesto de mesas y aplausos. Es ese acorde que tu madre tararea segundos antes de sucumbir al sueño. Es la apuesta rítmica de los rugidos y la furia estampados contra la chapa y el estruendo de un silencioso café eternamente aplazado. Una Ilícita confraternidad de fantasmas periféricos. Enfermos apartados del mundo que han renunciado a la expiación. Vagos pulgosos que se citan en la ubicuidad del instante.
Cualquier rincón es apto. La melancolía es nuestra chaqueta favorita. Y su forro es un forro polar que decora los dientes de las heladerías. Tenemos semen para cubrir la Gran Muralla China y transformar el Everest en un polo de horchata. Pero adoramos el silencio y su contorno. Cada cierto tiempo nos acordamos de respirar, y quizás por eso, estamos todavía vivos.

La amistad es nuestro negocio capital. Nuestra fuerza de trabajo, el humo.
Hemos renegado de la seguridad social y de casi la totalidad de la educación masificada. Preferimos los estanques a las perreras. Nuestra imaginación es infinita, sabemos exprimir un segundo. De hecho bebemos zumo de eternidad con frutas robadas del tanatorio más cercano.
Buscamos un lugar donde enterrar trofeos sin aplauso. Meamos, lo tapamos con un poco de tierra y nos despedimos. También nos meamos en los famosos y en toda esa peña ridícula que cree estar por encima de su mediocridad. Porque lanzar carroña por los balcones nos divierte, nos hemos sacado un carnet que nos acredita como impresentables en cualquier evento.
Nos han tirado de multitud de bares, me he vuelto incluso verosímil, y mil discoteca han impactado mi cerebelo, pero siempre regresamos impelidos por la embrutecida fuerza de la costumbre.
Odiamos el tecno, las flores, las drogas de diseño, las piraguas, el euro, las planchas, la ropa interior, las psicofonías, los artistas, los móviles, las campañas políticas, las revistas del corazón, las chanclas, los parches, los imperdibles, las crestas, las monarquías, los picos, los manguitos, el confeti, las cabalgatas, los sesos, los futbolistas, las piscinas municipales, la cerámica, los turistas, las catedrales, los invernaderos, las cristalerías,los debates, los paraguas.
Y sin embargo
Amamos los epitafios, las patatas fritas, las montgolfieras, los cucuruchos, las fábricas abandonadas, el fliper, la mamma, las migraciones, los pedos, la madera, las auroras boreales, los hematomas, la chapa, los líos, el fuego, los labios, las cuerdas, los huecos de las escaleras, la masturbación impersonal, la fritanga, los patios, el té, las raíces, las panaderías, las pelotas, el gramófono, las caídas de puercos, las magdalenas y sobretodo los cajones que no se abren.
Expertos en posponer batallas, en disertar acerca de cualquier cosa inútil. Y una capacidad asombrosa para el olvido.
El trabajo denigrante y explotador no existe
De hecho, no sabemos dónde nacimos como tampoco sabemos dónde pariremos. Ni siquiera sabemos si somos fértiles o ecuánimes. La tierra lo dirá. No es algo que nos incumba.
Mientras, optamos por vomitar tertulias anacrónicas o por ejecutar torpes piruetas con la misma facilidad pasmosa con la que nos entregamos a fabricar volutas de jabón. Es allí, donde nos da por sembrar semillas de dudas en los cementerios y en los protocolos erótico festivos. Son algunos de los lugares donde brotan más sonoras las carcajadas. Pero seguramente seamos, en realidad, ausencias perfumadas de sabor vespertino. Porque vivimos en los chirridos de las puertas traseras, en los patios abandonados, en los bares que nunca cierran, en las librerías, en los pianos, en los sonotones, en los pétalos de la escarcha, en las bodegones, en las copas de los árboles, en las tapias, en los altavoces, en los baúles, en las olas, en los mandos a distancia, en los matorrales, en las estaciones de metro, en los aparatos radiofónicos, en las antenas parabólicas, en los versos inacabados… y nuestros esófagos son los baños públicos de la teología. Tenemos siempre sed. Y nuestra sed no nos la calma el bebercio. El companaje y la fanfarria son nuestro carnet virtual. Porque la muerte es el más letal de nuestros chistes.

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