miércoles, 6 de octubre de 2010

El cementerio de los Dardanelos

En el reverso sudoriental de mi axila vivió, durante mucho tiempo, un pequeño murciélago que se llamaba Radermeiker. Era amigo de su vecina, una rata china y morbosa, que vivía en las cavidades húmedas de mi cráneo. La rata se llamaba Faustina y estaba jubilada. Con los restos de mis tejidos confeccionaba bufandas y guantes. Aunque reacia en un principio a la vida sedentaria, se encariñó con el entorno, y acabó construyendo un cómodo habitáculo. A veces, la visitaban sus nietos y por las noches, antes de irse a la cama y tras su copita de chinchón, solía tocar el arpa. Los jugos gástricos eran preciados, y muchas tardes, acudían a refrescarse en la foña de mi vientre, donde a su vez se congregaban otros vecinos. Botimel "el musaraña", Erich "el otomano" y hasta un saltamontes llamado Pepper, que fue militar en los años del denominado incidente de Faschoda, en Sudán. Le faltaba una pierna, eso quizá, acentuó su carácter introvertido, aunque siempre se mostró educado y sumamente cuidadoso las escasas veces que se pronunciaba. Con el tiempo, las cuencas de mis ojos, también se transformaron en un destino predilecto por otros vecinos, excéntricos, si, pero que disfrutaban al acudir para bañarse durante las horas más abrasivas del mediodía. Más al norte, iniciaba la región salvaje e inhabitada formada por la espesa mata de mis cabellos, que recibió el nombre de Luddendorf. No era plato de buen gusto pasear por aquellas regiones, y menos sólo y ya entrada la noche. Gruesos y deleznables piojos habían tomado la zona, convirtiendo aquellas agrestes latitudes en su fortín inexpugnable. Los piojos terminaron por hacerse grandes como granos de arroz, y por las noches la algarabía que levantaban era escandalosa. Recuerdo también, que mi rodilla izquierda fue la habitación de un particular estudiante de medicina. Se especializó en anatomía, y entre los meniscos y las arterias casi fósiles había logrado escarbar una cómoda y más que coqueta gruta, que le hacía las veces de living y estudio. Se trataba de un topo caliquense, el señor Ulot, que como en el caso de Pepper, también tuvo que alistarse y acudir al frente oriental a combatir, pero no conoció el drama de las trincheras. Le diagnosticaron una miopía radical y se vio exento de utilizar la metralla. Pasó a formar parte del Cuerpo de Enfermería, donde conoció a Rudi "el lagarto" y terminó cultivando una profunda predilección por el estudio de las lenguas muertas. Hablaba Mayut, Vonefizar, Burgundo y Salem. Suya fue la iniciativa de construir una biblioteca en la antesala de mi coxis. Las dos plantas superiores de mi fémur se destinaron a la literatura y a las ciencias exactas, mientras que las tibias y el peroné fueron dedicados a la zoología y a la botánica.
El herbolario de mis pulmones fue ocupado por Alexéi Alexéievich Brusílov. Una marmota inválida y testaruda que fue mendigo
en el Hurkemistán, hasta que conoció las propiedades curativas de las raíces. En sus ratos libres se abocaba a la pintura. Célebres frescos decoraban los frontispicios de mi tronco. En una lúgubre cavidad singularmente abovedada, ejecutó un más que destacado homenaje al celebre "Gusano de Vitruvio", que aún hoy se puede visitar, aunque bien es cierto que los colores han perdido toda su fuerza y las grietas sueñan con terminar por devorarlo algún día. Quien sabe si cuando el avaro Brusílov pintó aquella sublime proeza, lo hizo vislumbrando lo que más tarde habría de llegar. Porque en posteriores etapas, todas marcadas por las grandes migraciones de gusanos, hormigas y larvas, apareció la superpoblación y el paro. Las constantes disputas entre vecinos convirtió la convivencia en algo insoportable, y mi cuerpo quedó reducido a un escaso humus, incapaz de atender las necesidades de todos aquellos habitantes que tan sólo buscaban una oportunidad con la que poder mejorar la estrechez de sus existencias, pero eso en realidad es otra historia.

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