domingo, 31 de octubre de 2010

Ristra de ojos

En ese intervalo de incertidumbres que las caladas y los tristes paseos otorgan. En las estaciones de metro o en las periféricas cafeterías del ensayo, abrimos de nuevo, nuestra tienda de asombrosos encuentros. "Polvo de tiempo, extracto de noche, tintura de sueño, jarabe de vislumbre, gotas negras de armadura y pétalo de errancia". Entre los coches que atraviesan la ciudad y las calles intransitadas que buscan su orden precario, la mugre de la memoria nos desdibuja un trayecto alrededor de nuestra atenta mirada perdida y sobre láminas de cuchillo y aire, la noche se puebla de voces inatendidas.
Vagamos entre los hombres de la noche infinita.
Armados de copa, traje y humo.

Con las prestadas pupilas encendidas de oscuridad y tugurio.

Escuchando el crujido de las cosas deshacerse. Descomponerse en fragmentos de juego inacabado.
Hambriento de geometrías complejas. Acuciantes incordios de razón derruida y plomo cabal. Envanecidas travesías de repetición y sordera engarzan la sangre de ese tiempo que no habita en los relojes y que concede el mayor de los privilegios.

Camina ahora por las sábanas del precipicio forastero.

Erizando el plano.
Curvando la elipsis de nuestra vanidosa veleidad.
Porque en el fondo de cada palabra, el hombre encuentra un misterio último.
Una porción de verdad. Una región de experiencia no asimilada.
Una agresión que no le pertenece pero que le toca la cara. Esa cara oculta donde la resonancia de lo que no es hueso ni caja magnética ni lógica ni esfuerzo aplazado muestra su campo de acción ultrajado.
Ese terror seguro y próximo que se parece a un corazón visto desde lejos.

y que se vuelve presencia

cuando las palabras que duermen en el interior de un diccionario de bolsillo no son cadáveres ni señales luminosas que la tierra emite mientras dormimos la vida, sino que pulsa teclas que nos acercan al delgado límite donde las palabras se confunden con las traqueas, brotan de los jardines encefálicos, son la promesa de una aberrante proximidad que es nuestra, porque nos amenaza con sigilo de sombra. Nos permite cruzar los puentes mentales de la campana y la obscena residencia de lo pensado. Con la presunción de culpable tallamos el delito hasta conformar los crímenes imprecisos de una máscara. Que un día acabará coincidiendo punto por punto con la cara de un muerto. Con la resonancia del metal cubierta de musgo y orilla. La fecunda transparencia de los terrores innatos que son nuestros latidos dentro del laberinto, cuando huir es tarde o vano, cuando latir es una impostura o un quebranto, dentro de la vacuidad esbozada.

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