martes, 12 de octubre de 2010

Tarta de manzana

Trata de leer un par de páginas. La humedad de la noche se cuela por una de las rendijas de la ventana. El acto de tragar saliva le provoca una tos ronca. Es casi invierno y sus viejos huesos huelen a cloroformo. Estira la mano, pero sólo puede palpar una ausencia. Hacía muchos años de aquello. Ahora el colchón de matrimonio le parece algo más grande y frío. Gira intranquilo por el oquedal de las sábanas, pues a pesar de que esta cansado, sabe que esa noche tampoco dormirá. Al poco llega su mujer. Como todas las noches, escucha los zapatos arrastrarse por el pasillo, seguidos del perceptible tintineo de un manojo de llaves. Cuando el sonido de los pasos se apaga, los goznes de la puerta ceden con un leve crujido.

- ¿Adán, eres tú?. Pregunta la voz.

Él cierra los ojos, y controlando la respiración, intenta hacerse el dormido. Ella penetra en la habitación.

- ¿Cuánto tiempo vamos a estar representando esta pantomima?. Pregunta la mujer, mientras se deshace de los lazos y encajes que le impiden desnudarse. Ejecuta los movimientos con una rutina desesperante, propia de alguien a quien le falla el pulso. Cuando por fin logra ponerse el pijama, él continua aferrado a las sábanas, quieto. Ella introduce su dentadura postiza en el vaso de agua que descansa en la mesita, e inicia el rito del desmaquillaje. Él no quiere abrir los ojos, pero sabe que la débil luz del pasillo permite contemplar en el espejo de la cómoda el rostro de una mujer desconocida.

- Hasta que la muerte nos separe, Eva- Responde mientras muerde la luz con los ojos.

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