martes, 19 de octubre de 2010

Exsultate Ego

Un diminuto hombrecillo vivía encerrado en el fondo de una botella de cristal. El hombrecillo era muy pequeño; casi tanto como el tamaño de un guisante, así pues, carecía de la altura necesaria para poder salir de la botella de cristal.
Nadie podía ayudarlo. Quien lo ayudase se vería condenado a arrastrar sus pies por las ardientes arenas de un desierto infinito.
Así lo habían dictaminado las leyes del hechizo. El hombrecillo sólo conocía los paredes ovaladas de su cárcel, que le ofrecían muecas de monstruos amenazadores que no eran más que imágenes distorsionadas de él mismo, pues el cristal le devolvía fielmente la forma de aquellos inquietantes reflejos. Una anciana mujer conmovida por la crueldad de la trama, se inclinó a ayudarlo y decidió alimentarlo para que el hombrecillo no muriera. Todas las mañanas, introducía en la botella de cristal una partitura musical enrollada, y de esta manera, el hombrecillo se alimentaba. Con las partituras más suculentas del mundo. Los más grandes compositores del universo conocido escribían partituras para que el hombrecillo las destrozara entre sus dientes. Con el paso del tiempo, el hombrecillo fue creciendo. Pero apareció un sombrío problema: Tan sólo le crecía el ego. Ni las piernas, ni la nariz, ni los brazos; sólo el ego. Su voracidad resbalaba por los verticales espejismos de su encierro. Jamás pudo alcanzar la estrecha boca de aquella botella, que continúo pareciéndole inaccesible y lejana como la esfera de una cúpula vertiginosa se debe mostrar a los ojos de un astrónomo.

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