jueves, 20 de mayo de 2010

Historias del dojo. Ni.


La competición de Kyudo.


Como se sabe, las tradiciones en Japón son muy observadas. No cumplir a rajatabla los detalles de rituales y ceremonias está considerado una falta de respeto inexcusable. Fernando conocía esto muy bien. Sabía que las reglas en la ciudad de Osaka eran muy diferentes a las de Valladolid, donde se crió. Por ello había estudiado en profundidad todos los pasos que debía seguir en la competición de Kyudo, el arte del tiro con arco tradicional japonés. Como occidental, debía esforzarse más que los demás para causar buena impresión. Y así lo hizo. Cuando le llegó el turno, se posicionó en la marca de salida con el arco en la mano derecha y, en la izquierda, las dos flechas que debía lanzar, una entre los dedos índice y corazón, la otra entre el anular y el meñique, todo precisamente calculado. Saludó con una excelsa reverencia. Avanzó solemne las tres zancadas de rigor. Al llegar al punto exacto, volvió a saludar con una inclinación. Luego trazó una semicircunferencia de impecable geometría con el pie derecho; después, con el izquierdo, quedando las piernas abiertas y formando un ángulo recto con la lejana diana. Ya sin apartar la vista de su objetivo, tensó el arco con una de las flechas abriendo los brazos ampliamente, apuntó y disparó lo mejor que supo. Sin hacer el menor gesto emocional, y repitiendo los mismos movimientos, como un ser más mecánico que humano, apuntó con la segunda y disparó. Antes de abandonar la pista, volvió a saludar con una reverencia y se marchó sin mostrar la espalda a la diana. Porque la principal diferencia entre un deporte y un arte marcial, es que en este último jamás se le da la espalda al contrario.

Después le tocaba el turno a un viejo. Sin mayor protocolo que un escueto saludo, avanzó unos pasos y disparó con naturalidad sus dos flechas. Luego volvió a saludar sin mucha ceremonia y se marchó.

Fernando se sintió inquieto al presenciar tamaño atropello a la etiqueta del Kyudo. Un par de vagos saludos forzados parecían insultantes sin ejecutar el resto del ritual. Sin embargo, nadie del público ni de la organización dieron muestras de incomodidad. Sin poder contener la curiosidad, le pidió a alguien que se lo aclarase:

"Es noveno dan", le contestaron.



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