jueves, 27 de mayo de 2010


Historias del dojo. San.


Los Kata.


Hoy en día las artes marciales constituyen uno de los últimos canales de transmisión del conocimiento psicomotriz antiguo. Sin duda es similar, en este sentido, a las danzas tradicionales o a los oficios manuales, también al borde de la extinción. Los Kata son la máxima expresión de tal experiencia en las artes marciales. Cuando a un estudiante se le enseña una combinación de movimientos, cuyo número de pasos oscila entre 20 y 70, concentrando en cada uno de ellos todo tipo de golpes, blocajes, posiciones, giros, saltos y respiraciones, lo que en verdad está ocurriendo es un viaje en el tiempo: desde que algún maestro creó el Kata, tal vez cientos de años atrás, hasta el momento actual; y también, me atrevo a recordar, en el espacio: desde el antiguo imperio del Japón (o de China, o tal vez Corea, dependiendo del origen del arte en cuestión) hasta el lugar remoto donde pueda encontrarse el alumno. Para realizar tan asombroso viaje, dicha enseñanza no ha conocido libros, sino que ha utilizado como vehículo de existencia a innumerables cuerpos hasta llegar a instalarse en el último ser humano, el cual sigue sumando y del cual además se espera que, alcanzado un nivel adecuado, siga transmitiendo tan valioso conocimiento tal y como lo ha aprendido. No se puede negar que se trata de una experiencia bella y trascendente.


No obstante, a diferencia de la danza o de las artes de los oficios, los Kata se crearon con un objetivo muy claro: mejorar en el arte del combate. Son parte muy importante del entrenamiento, pero no deben ser considerados una finalidad en sí misma.


Para ilustrar esto podemos echar mano de una anécdota. Dos escuelas diferentes se presentaban a una competición europea de Katas. Una de ellas daba mayor importancia a la técnica, a la forma y al equilibrio. La otra entrenaba los Kata desarrollando el espíritu, la fuerza y la potencia. Los alumnos de la primera eran elegantes en ejecución, impecables en precisión y con un ritmo muy bien definido; sin embargo, resultaban a todas luces ineficaces desde un punto de vista marcial. Los otros, al contrario, rebosaban Kime (fuerza), golpeaban más duro incluso que en combate, aprovechando el hecho de que el aire no se lesiona, y llegaban a sudar hasta el punto de verse reflejado el rostro en el suelo; no obstante, hay que decirlo, a veces perdían el equilibrio durante una décima de segundo por exceso de potencia.


El tribunal, europeo como ya hemos dicho y, en consecuencia casi directa, más inclinado por la forma que por el fondo, se decantó por el primer grupo y repartió entre ellos las puntuaciones más altas. Aquella misma tarde, después de la ceremonia de entrega de premios, algunos jueces comentaban durante la cena que el grupo perteneciente a la primera escuela había demostrado mayor solidez y estabilidad en la ejecución de los Katas y por ello habían resultado mejor puntuados.


- Es normal que hayan demostrado la estabilidad de una roca -comentó un viejo maestro-. ¡Si apenas se han movido! Puede que hayan ganado el trofeo, pero han perdido la esencia.




Y ahora os dejo con un bonito Kata superior llamado Kanku. Kan significa 'mirada' o 'vista', y Ku, 'cielo' o 'vacío'. Este concepto se representa con el símbolo circular rojo que podéis ver abajo a la derecha. El Kata se llama así debido al movimiento del principio, que luego se repite una segunda vez, en el cual el practicante eleva sus manos juntado los dedos y mirando a través de ellos a la profundidad. En palabras clásicas:


"Levanta las manos al cielo. Que los dedos se toquen. Contempla el cielo a través del espacio que queda entre ellos. Tus manos unidas son el yin y el yang. ¿Ves el cielo?


Las puntas de tus dedos son la cúspide, la cima más alta. Tus muñecas son el poder, la fuerza. El centro es la infinidad, la profundidad en cuanto a conocimiento.


Dibújalo en tu mente y enciérralo en un círculo. Continuidad y movimiento.


Eso es el Kanku."


Este Kata al parecer surgió del contacto entre un diplomático chino experto en kenpo llamado Kung Shiang Chün y el maestro Sakugawa de Okinawa (el señor venerable de la imagen) a mediados del siglo XVIII, no conociéndose los detalles exactos.




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