martes, 11 de mayo de 2010

Por qué España necesita a Sudamérica.

El señor Juan Hernández está sentado en un banco, cerca de su casa, en el Clot de Barcelona. Su mente trata de buscar una explicación a un error de apreciación inexcusable: ayer una señora lo confundió con un japonés. Juan Hernández puede llegar a entender que los españoles no distingan entre bolivianos, ecuatorianos y peruanos, cosa que él puede hacer a simple vista sin necesidad de escuchar su acento. Le cuesta más comprender que no sean capaces de distinguir a los chilenos o a los venezolanos, con lo diferentes que son del resto de sudamericanos. Pero que le confundan a él con un japonés… a él, un hijo legítimo de la selva tropical… es comparable a pensar que la leche mana de los árboles o que a los niños los trae la cigüeña. Es un comentario de alguien muy corto de vista que, en consecuencia, vive en su propia realidad y desconoce todo lo de más allá; cosa respetable, sin duda, pero desacredita cualquier pronunciamiento, sea de acción o de opinión, que trascienda tan angosta realidad. En términos físicos, a las manifestaciones de este tipo se las agrupa en un concepto denominado ruido. Por encima del ruido, están las señales.

En el banco de al lado sucede una escena que lo estremece profundamente; una señal, sin duda, que se eleva distintiva y cargada de significado. Un señor se haya sentado leyendo un periódico. De pronto, otro que se acerca caminando lo saluda con alegría y efusividad. El señor que se haya sentado responde “¿De qué le conozco a usted?”, con tanta frialdad que la persona antes alegre y vivaracha se convierte en un ser azorado y balbuceante. Al son del sonrojo, le cuenta quién es y a qué se dedica, el porqué de su saludo, que el motivo de su confusión se debe a un desafortunado parecido casual y, antes de marcharse, muestra una retahíla de disculpas y signos de sumisión. El señor del banco no parece sentirse satisfecho y aún conserva un mohín de desprecio cuando el otro desaparece de su vista. Las señales, como se ve, pueden ser incluso más dañinas que el simplemente molesto ruido, y ahí es exactamente cuando las esperanzas se desvanecen.

Juan Hernández no da crédito a sus ojos, esos ojos avezados capaces de escudriñar en derredor o de atravesar océanos de tiempo y de distancia. “¡Ha tenido que disculparse por saludar!”, piensa. “¡Qué difícil es hacer amigos en este país! ¿Cómo no vamos a encerrarnos en eso que los políticos llaman guetos? En mi tierra, conversar con otro es de lo más natural. Saludarse, un motivo de celebración incluso entre desconocidos. Pero aquí hablarse es tabú, por no mencionar el contacto físico, parte indispensable del lenguaje según nuestra cultura. Ni siquiera los padres de la novia de mi hijo quieren conocerme, ni a mí ni a mi esposa, y nos miran con desconfianza cuando llevamos a la joven pareja en coche hasta su casa. Los amigos de mis hijos se extrañan, cuando vienen a recogerlos a mi casa, de que les invite a pasar y les ofrezca alguna bebida y un poco de conversación, y les noto incómodos al tratar con otra generación, por falta de costumbre, seguramente, a la hora de desplegar diferentes roles sociales o de interesarse por las cosas distintas a lo ya conocido. Mis vecinos no han aceptado mis invitaciones para comer y tampoco ellos me han propuesto nunca algo que hacer juntos, salvo las infames y deprimentes reuniones de escalera. Noto una enorme distancia incluso al compartir el ascensor con ellos. La policía nos echa de los parques en los que intentamos llevar a cabo nuestros juegos: los campeonatos de fútbol, las carreras de sacos, el poste engrasado, la moneda en la sartén, las carreras de carretillas… Tampoco se nos permite cocinar ni beber ni reunirnos en público. Aquí los niños no tienen donde jugar ni relacionarse con los demás. ¿Habrá algo más triste que un padre solitario mirando jugar a su hijo solitario en unos columpios urbanos? Hay un enorme retraso social en esta sociedad, sólo avanzada en comodidades y frivolidades. Creo que teniendo tanta fraternidad con América y con África, tomar como modelos sociales las culturas europeas (anglosajona, nórdica, germana… y estadounidense, por extensión) ha conllevado, como poco, a la defenestración atropellada y absoluta de los valores de sociedad humanos. España, de cara a Europa, da la espalda a la verdadera vida, y aún tiene que disculparse, como el señor que saluda por error, y demostrar sus ganas de hacerlo mejor en el futuro. ¿Mejor en qué? Esta gente no tiene dignidad”, concluye.

Después, su mirada viaja lejos, más allá de análisis social, desde la razón hasta el sentimiento puro de la añoranza:

“Cuando regrese a mi país, habrá tantas personas en el aeropuerto que coparán la sala de espera y tendrán que echarse en el suelo afuera, al aire libre o como puedan. De camino a mi pueblo seremos una caravana de al menos veinte coches, y allí mataremos un cerdo y vendrán todos a celebrarlo. Cortaremos las calles y organizaremos juegos hasta que se acabe todo, la comida, la bebida y las energías que nos da la madre Tierra. Y después de la celebración, habrá también tiempo para los asuntos de gravedad. Todas las familias juntas resolveremos los problemas, porque cada uno de nosotros funciona como un nodo de unión entre muchas otras personas, y de alguna manera, todos somos responsables de todos. Y si alguien se mete con alguno de nosotros, será mejor, por su vida, que corra.”

1 comentario:

  1. Leer ésto me inunda de tristeza.Si lo que el autor de éste artículo ha expresado es exacto,entonces me está mostrando una España muy diferente a la que yo conocí durante el tiempo que viví en Sevilla de 1962 a 1964;y entiendo que el tiempo ha pasado,y en mi recuerdo quedó algo así como el país más divertido del mundo,a pesar de encontrarse casi a finales del Franquismo.Todos amigos eran quienes se reuniésen en cualquier bar,lo incluían a uno como parte del grupo.
    Es triste que el desarrollo llegue a copiar modelos que suenan atractivos por su moderno extranjerismo,pero quienes hablamos español podemos a nuestro modo saber vivir mejor y festejar la vida como nadie o el que más.
    Espero existan aún mis amigos de Sevilla ,Manuel Herrero Presa (el vacilas),Amador Sanchez Chao,Julio Llamas ,El mipi de la Macarena,Pepito el espía(de Morón de la Frontera)y tantos más a quienes recuerdo con aprecio.Y muy en especial a mis preciosas novias españolas,a quienes al paso de tantos años guardo su recuerdo con cariño.

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