sábado, 28 de agosto de 2010

El hermano tonto de Ockham


Ockham, no el inventor del péndulo equilátero, sino el vendedor de altramuces de la esquina con Whitespoon, pasará a la historia por ser un hombre corriente. Sin embargo, antes de tomar un tren que le condujo a las estepas siberianas, se le cayó una extraña nota. En ella, podemos leer:

"Medio kilo de chope, un tubo de pasta dentífrica, nata, un kilo de setas, una botella de Vignoble d´Alsace, una bolsa de cacahuetes, un bote de cacao y crema para la cara".

Ockham, aquel sencillo vendedor de dulces, cuyos gestos amables encandilaban a madres e hijos, fue visto por última vez ocupando un ataúd de pino en el tanatorio de Midelsground hacia las seis y cuarto de la tarde. Había ingerido una alta dosis de amatoxina, sustancia presente en ciertas setas, que una vez ingerida, destruye riñones e hígado en cuestión de días de forma dolorosísima, hasta que el paciente entra en un coma profundo y muere.
Otras fuentes fidedignas, por el contrario, aseguran que Ockham, si tomó ese tren, y que ahora vive en una humilde cabaña en Vladerrostck, provincia de Tunguska.

Fue años más tarde, cuando un investigador privado descubrió un esclarecedora realidad. Ockham tuvo un hermano gemelo. Se llamaba Edvard. Hacia 1856, Ockham contrajo importantes deudas debido a su predilección por las casas de apuestas y los burdeles, donde era asiduo, según nos cuenta Madame Chaskaia.

" Se sentaba siempre al fondo del salón, sorbía su leche caramelizada, limitándose a observar las manchas del techo durante sus breves pero continuas visitas a la casa que yo misma regentaba por aquel entonces".

Era Okcham una maniaco depresivo?. Confabuló a la secreta luz de aquellos burdeles el asesinato de su hermano gemelo, para librarse de la cárcel, y desaperecer después en las deshabitadas estepas siberianas?. Nunca lo sabremos con certeza.

Su hermano era un modesto sastre que poseía su propio taller en la calle Stadford. Sólo les diferenciaba un insignificante detalle. Mientras Ockham salía cada mañana a la calle impecablemente afeitado, su hermano, Edvard, se ocultaba siempre tras una espesa barba.

Fue por casualidad, cuando una tarde, paseando por el centro de la ciudad, me topé con una tienda de disfraces.



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