sábado, 28 de agosto de 2010

La ciudad de queso

La música había dejado de sonar cuando Echenique consumió su último globo aerostático. Era la alarma establecida durante el conflicto. El toque de queda sobrevolaba la ciudad. Se dijo:- La música ya no es. La música es más fuerte que la música. Ahora escucho el relinchar de los obuses. Esta acabando la cuarta sinfonía y yo quiero seguir bebiendo-. El camarero anunció que se cerraba la sesión.
- Caballeros, las balas tienen nombres y apellidos- Dijo antes de dibujar en su lista de morosos un breve boceto de mi perfil. Apenas se estaban despidiendo, cuando una bomba de mano penetraba por una de las vidrieras de la ventana, haciendo saltar el café por los aires. Echenique no tuvo más remedio que dirigirse hacia su casa, a pesar de los perros azules y los tanques con formas de corazones eléctricos que atestaban el desierto de voces, brazos, cabezas y piedras. Las calles estaban levantadas, en carne viva, y los pasos de Echenique rozaban la perfección. Agazapado, desde un alféizar, hubo quien creyó que estaba contemplando un ángel vestido de negro cruzar el silencio. Echenique, a pesar de que las balas estaban dejando su traje hecho un asco, seguía caminando; con un cigarro colgando de sus labios, como si las balas fueran susurros atravesando su cuerpo intangible. Arrancó una flor del descampado, y continuó su rumbo tarareando entre dientes:
-"El Apocalipsis lo imaginaba distinto"...- El estribillo pertenecía a una canción que esa misma tarde había escuchado en un pequeño bistrot de la zona, cerca de la place Clichy, mientras trataba de encontrar línea al otro lado de un auricular averiado. "No me dejaron decirte adiós"...Echenique era demasiado alto y desgarbado, si se hubiese quedado quieto, algún soldado lo habría confundido con una de las escasas farolas que alumbraban las calles.
Su cara pálida y su bombín tomaban la Rue Bombadier, descendían por la rue Château Rouge, para más tarde acabar sobre Mercadet Poissonnier. Caminaba como un autómata, el recorrido lo tenía tatuado en su mente como el surco de un carruaje queda atrapado en el barro de un sueño. Al atravesar el corredor de la puerta principal, se adentró en un patio abandonado, con tal mala suerte que se cayó dentro de un fosa oculta entre la maleza. En el interior de aquel pozo no había agua sino queso. Montones de queso. Se trataba de uno de los numerosos refugios que los civiles habían escarbado en la tierra para evitar ser arrasados por los misiles. Cuando los soldados enemigos lo encontraron, Echenique era un ratón. Un ratón que había comió tanto queso que se parecía a un hombre, hinchado, como una inmensa pompa de jabón, fue ascendiendo hasta alcanzar la luna. Una vez allí, descubrió asombrado que la luna no era un satélite muerto como le habían contado en la escuela, sino un suculento plato rebosante de leche. Estaba bañándose plácidamente en su interior, creyendo haber encontrado su particular paraíso, cuando un gato se abalanzó sobre las sábanas y lo despertó. Al abrir los ojos, Echenique yacía junto a su gato Marcelo, que no cesaba de lamerle las cicatrices de plomo y metralla. Mientras, una rata enorme devoraba la ciudad, "La ciudad de queso", pero eso en realidad es otra historia.

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