jueves, 16 de septiembre de 2010

Ficciones minimas

Ella entra. El salón permanece oculto bajo la espesa oscuridad. Mentalmente reconstruye la pieza con minuciosa exactitud. Palpando la pared, logra encontrar la mesa, y guiándose por su tacto, evita la lámpara, roza la estantería, descubre el sillón orejero. Él lee. Yace sentado y con las yemas de los dedos recorre las criptográficas líneas del libro invisible. Esta a punto de terminar el último capítulo cuando se corta con su perfume. El libro cae al suelo. Él se levanta. Se chocan. Mientras, van reconociendo los perfiles entre el palmotear secreto de la costumbre y el cálido aliento de las sombras. Mientras, las ropas van cediendo al impulso de la carne, y el deseo encendido de la primera vez arde en las pupilas inertes. Las caricias les permiten olvidarse, encontrarse. A tres mil millones de años luz, de alguna parte, en alguna ciudad. Ellos ven.

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