martes, 28 de septiembre de 2010

Reyerta de metal y noche

No luchas sólo. Esta la fiesta ida por los arrabales amargos de lo imposible.
No luchas sólo. Esta la ira de los ventanales cuando hace sombra y declive. Y la hacienda parece más pequeña y la despensa se vacía y el botiquín se vuelve casi transparente.
Y los ejes de la sombra extienden su pathos entre sorbitos.

No luchas sólo. Esta el ejercicio de la gramática, simiesca conjunción de la gimnástica de los atribulados contubernios y la
murga de la mugre. Bandoneón, que se afirma con torpeza, para con cada gesto, ser un poco más vida entre los muertos.
y así, ir desconociendo el ejercicio de las bisagras y los músculos atrofiados del firmamento, retumbando en tu cabecita de peón.

Pero no, amigo, no luchas sólo. Esta el calambre que nos precipita en la mañana del todo por hacer. Y las arlequinescas moñadas del humo y los amperios que se evaporan con suspiros de oferta y redoblado esfuerzo. Esta la gravedad, los soles y las máscaras. Esta el trino, la campanada, el fin.

Y la posibilidad de encontrarnos en un bar vencidos. Una noche. Y sostener con honor nuestro cadáver. Y sostener la conversación de nuestro cadáver por encima de todos los agujeros que nos han hecho ser quienes somos, todos esos agujeros de bala, de pájaro, de interruptor industrial, y por encima, sobretodo del magma desquiciante de los que pisan fuerte y la barbarie.

Esta el picnic de los perdidos atardeceres posponiendo el día. De tu aurora. de la pluma, de la cárcel y del barro. y el barco de los amores ebrios para siempre.
la espuma y la furia de los valientes pregoneros que supieron ver en una gota de charco, la virtud de la paciencia.

Y trabajar. Por sudor, por error, por herencia, por no saber, por querer un poco más, por renunciar, por divertir, por lograr y disfrutar de la inercia que nos hizo.

Quizá un poco oblicuo, desengañado, tal vez, por repentina juventud perdida entre las poses de tanto careta y tanto papone de rosas y perfume embriagador entre las ramas.
Quizá el chantaje, el mendrugo fácil, los estertores del hospital negociando con cuchillo esférico alrededor de las manecillas de lo atroz, y lo blando de la pereza, poblando la rutina giratoria que, tras tus talones de buen chico, se emociona con lo que callas cuando dices.

Quizás un tanto desorientado, el miedo, ese perro erecto y cobarde de las creencias, Un mínimo idiota y pretencioso, una pizca descreido y tuerto, en este país de ciegos y galaxias diminutas que te esperan tras la esquina.
Quizás empequeñecido y abrumado, bebido o chispeado, quizás.
Por tanto fotograma insulso y centrifugado banal.
Quizás lo bueno de no saber y aún así, querer acumular conceptos como quien fuma deseos en las vías de lo inerte.

Pero no luchas sólo. Esta tu ladrido y el ladrido de otros perros que como tú, solos, buscan su hueso en el arrabal amargo de lo imposible.

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