sábado, 26 de junio de 2010

Blind Harry.


Harry el Ciego había llegado a las afueras de Stirling. Sabía que en lo alto de una colina estaba el castillo, una gran fortaleza casi inexpugnable. Lo dibujó en su imaginación y lo convirtió en versos. Escuchó el correr de las aguas del río Forth. Caminó hacia él, recorrió sus meandros en dirección al castillo y llegó hasta el puente, el famoso puente de Stirling, donde se detuvo largo tiempo a realizar extraños cálculos y a meditar.


Aquel puente unía el sur de Escocia con el norte; sin embargo, Harry pudo comprobar con sus pasos de ciego que era tan estrecho como le habían contado. No podían cruzarlo más de dos o tres caballeros trotando parejos. Era un día despejado y Harry podía escuchar con claridad el agua corriendo mansamente bajo la piedra. Su instinto le decía que el río era ancho pero profundo. Recorrió la longitud del puente y contó más de quinientas yardas. En el extremo, recolectó un montón de piedras, volvió sobre sus pasos y las dejó caer desde diversos puntos centrales del puente. Agudizó el oído al máximo y, tras el impacto con el agua, sintió las piedras golpear el fondo del río. Efectivamente, era lo bastante profundo como para que un caballero acorazado encontrara la muerte por ahogamiento, bajo el peso de su propia armadura. Harry el ciego saltaba y cantaba de alegría a cada descubrimiento. Jamás volvería a faltarle el sustento.


Corría el otoño del año 1470. Las condiciones climatológicas serían parecidas a lo acontecido aquel histórico 11 de septiembre de 1297, tantas veces reconstruido en la imaginación del ciego. Tras los arrebatos de euforia iniciales, Harry se acostó en el suelo del puente, relajó sus músculos fatigados por el largo viaje y su alma de poeta se desparramó sobre la piedra. Comenzó a sentir la memoria del puente en forma de sutiles vibraciones. Habían pasado más de ciento cincuenta años, pero su sensibilidad extraordinaria percibió el paso de una pesada caballería inglesa, tal vez 600 unidades y, a un lado del puente, las respiraciones de 25000 infantes furibundos esperando la orden para marchar. Al otro lado, un disciplinado pero humilde ejército escocés, de no más de 7000 hombres a pie y 150 caballeros, comandados por un tal William Wallace, esperaban pacientemente contenidos no sin dificultad por su valeroso cabecilla.


El cuerpo de Harry el Ciego comenzó a convulsionarse. Los escoceses esperaban pacientemente el paso de su enemigo. Los ingleses pensaron que cumplirían las reglas de la caballería, que les dejarían formar al otro lado del río para comenzar la batalla. Pero Wallace sabía que eso suponía un suicidio en masa, que su inferioridad numérica era un factor que estaba por encima de la cortesía marcial. En mitad de la lenta maniobra inglesa, que ya duraba varias horas, los escoceses se abalanzaron como lobos salvajes sobre el cercenado ejército británico. Las claymore, espadas escocesas gigantes, altas como un hombre de pie, caían como losas sobre los ingleses. Apostados en un flanco, los ciento cincuenta caballeros escoceses aparecieron por sorpresa y partieron al enemigo en dos. El comandante inglés, alarmado por el desastre, ordenó al resto de la caballería atacar atropelladamente. El puente cedió por el peso de sus corazas y los ingleses perecieron bajo las aguas tratando de quitarse las armaduras. Sin caballería, con alrededor de 7000 bajas fulminantes, y los escoceses lejos de ser diezmados, el ejército inglés tuvo que retirarse.


Harry el Ciego investigó las leyendas orales sobre William Wallace y las compiló en un gran poema épico que recitaba a cambio de alojamiento y comida. Su texto sirvió a otros poetas durante siglos para enaltecer el sentimiento patrio escocés y sirve hoy en día como referencia histórica. Pero después de la segunda guerra mundial, la corona inglesa eliminó la figura de Wallace de los libros de texto escolares y éste cayó en el olvido.


Hasta 1993. En ese año, un escritor llamado Randall Wallace visitó el castillo de Edimburgo y se encontró con una vetusta estatua del héroe nacional. Investigó y se asombró de no haberlo conocido antes. Creyó sentir la sangre del héroe corriendo por sus venas. Acudió a la biblioteca y sacó un antiguo ejemplar de The Actes and Deidis of the Illustre and Vallyeant Campioun Schir William Wallace, de Blind Harry. Inspirado por el poema épico, escribió un libreto llamado Braveheart. El resto de la historia ya la conocéis.



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