jueves, 3 de junio de 2010

EXPRESSO BAGATELA

Cuando el viento silba en nuestras ventanas y la luna viste su sombrero elegante, sabemos que va a suceder. Que poco falta para que cruce nuestra noche el Expresso Bagatela.
Un pordiosero se derrumba en las aceras y su rostro verde es un estanque donde bucea la hecatombe. Es cuando una especie de inquietante silbato suena a lo lejos, anunciando su llegada.
Pero no para. Nunca se detiene, pues nuestro pueblo carece de estación. Tan sólo podemos asomarnos a los empañados cristales y temblar junto a los vanos, y nada hacer. Contemplando como atraviesa nuestra quietud. Nuestra embrutecedora cuchilla cotidiana. Mientras apuramos nuestras últimas caladas. Acurrucados. Tísicos. Fríos por el miedo.
Los pájaros se ocultan en los versos de los pésimos poetas e incluso los perros cesan de ladrar.
Pobres, inútiles pasajeros. Podemos imaginarlos allí dentro. A todos. Ocupando los vagones, sentados en sus respectivos asientos. Con los ojos en blanco y los labios cosidos a la memoria.
Podemos imaginarlos allí dentro. A todos. Y es en ese instante congelado cuando atraviesa nuestra mente la melodía de su exacta maquinaria.

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