martes, 15 de junio de 2010

TUSITALA

Por todas esas noches


Vizeu le regaló aquel libro sin saber hasta que punto le estaba regalando aquel libro.

Ciertos personajes, no pueden ser concebidos sin una cualidad congénita. Un sueño o una pesadilla que les acompañará a lo largo de toda la vida, otorgando un sentido particular a su efímera existencia. Puede ser una enfermedad, una inclinación, un lugar, una mujer. Ese tipo de verdades nos convierten en víctimas de nuestros propios prejuicios. -Vicios- diría el Señor B. - Pecados- diría G.K.Chesterton.

Creer que ese característico estilo a la hora de caminar, viene precedido de una cojera que le estuvo esperando en ese parque, en ese clavo, antes de que él llegara; podría ser igual de desatinado como pensar que al señor V, la tuberculosis le atendió en una calleja de Edimburgo antes incluso de que Edimburgo pudiera siquiera ser concebida. Pero no es mi intención visitar este diario para sembrar unas cuantas y pobres aseveraciones esotéricas para después marcharme.

Ahora sé que no podré marcharme mientras ustedes no lo quieran.

Todo hubiese sido mucho más fácil, si la fotografía de aquella contraportada y la que ahora tengo en mi portafolio, no fuesen la misma en mi memoria.

En el siglo XVIII, Adisson, lo plasmó con mayor precisión. “El alma cuando sueña es teatro, autor y auditorio”. De todas formas, y apesar de mis intentos por no abrir la puerta, tarde o temprano aquella noche debía de llegar.

Un rostro me visitó alrededor de la una de la mañana. La habitación permanecía sumida bajo la penumbra. Yo me hallaba envuelto por mantas y un sudor frío devoraba mi frente. Sus escrutadores ojillos se ocultaban tras unas gafas de metal seco, su ralo flequillo, su perilla descuidada. Un rostro tímido e inteligente que no tardé en reconocer. Me levanté asustado. Y el rostro se evaporó.

Yo mismo tuve ese sueño, sólo que padecía puntuales modificaciones. En mi elucubración, el enfermo no era yo, sino él. La enfermedad no era la gripe, sino la varicela. También el escenario cambiaba. Alicante cedía su protagonismo a Heidelberg. No la ciudad situada en el valle del río Neckar sino la otra.

La que no existe, y yo, sin embargo, soñé.


Supe que no se trataba de una alucinación porque la habitación quedó impregnada de un intenso olor a cigarrillo Nobel. Y ustedes saben que yo jamás fumaría Nobel.

Se han conservado numerosos cuadernos de apuntes del señor V, en los que anotaba, brevemente, argumentos; uno de ellos, lo conservó en mi poder. Es de 1879, tenía veintinueve años, está escrito: “ Una serpiente es admitida en el estómago de un hombre y es alimentada por él, desde los quince años a los treinta y cinco, atormentándolo horriblemente. Una mañana el hombre no puede más y se decide a vomitarla. Esa misma noche yacen juntos, abrazados en el lecho conyugal”.

Qué lejos quedaba entonces Davos, Nueva York, el balneario de Bournemouth y las islas del Pacífico Sur.

Esa misma mañana, paseando por la calle tropecé con un niño. Era totalmente analfabeto. Pero eso no fue lo espantoso. Me dijo que tenía ocho años. Sus diminutas manos sostenían una mandíbula ancestral. Y pensé: “Puede que ocurran acontecimientos extraños, misteriosos y atroces, que nublen la imaginación de una persona. Y que esa persona los impute a enemigos secretos o a seres celestiales, y que descubra, al fin, no sólo que esos enemigos secretos son sus amigos, sino, que él es el único culpable y la causa”.

Esa misma noche volví a soñar. Esta vez me encontraba en Upolu, Samoa. El sol era resplandeciente y las gaviotas se mecían bajo un despejado cielo azul. Paseaba junto a un joven veneciano que dibujaba cómics para la revista "l´Asso di Picche". Tomábamos fotografías cuando un grupo de samoanos llevaba a hombros la mortaja de un hombre momificado, cubierto por bellísimas flores, y gritaban con voces de elocuente festividad y agradecimiento: TUSITALA!!TUSITALA!!!. Al llegar a lo alto del monte Vaea, arrojaron el cadáver a la boca del volcán.

Al día siguiente recibí un mensaje. Decía: “He perdido la virginidad con una joven prostituta”.

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