martes, 15 de junio de 2010

Nos huyó la vieja

Yo soy ese loco que se esconde en su guarida
esperando el advenimiento de ningún amanecer,

ninguna rosa

en ningún jardín de ninguna parte
soy
ese loco que teje lentamente y aguarda, ,y mientras teje,
vestido de la nada de sus ausencias, cavando fosa y vacío,
prepara su venganza de pegatinas de colores y confeti mohoso.
Yo soy ese tipo de loco que muchas más de las más noches las pasa en vela.
Yo soy ese loco insomne. Mirad mis ojos vidriosos.
Ved como nunca dejé de ser mi propio laberinto y mi propio parque de atracciones.

Para la fiesta quiero hierba y vino,
porque así es como el espíritu de la tierra entra en nosotros y nos libera del disfraz
falaz de los nombres, falso del número de avenidas, de portales, de población activa,
de identidades, de trajes, de nombres, de moldes, de marcas,
de la idea,
esa vieja alcahueta coja,
la idea,
esa puta vieja,
esa vieja seca y ladina nos engaña
y hemos jugado desde pequeños a construir un calidoscopio de fantasía
con todas las cometas que nos huyó la vieja
con todos los pinceles que nos huyó la vieja,
con todas las flores que nos huyó la vieja, la idea,
el concepto. Nos huyó la vieja. La idea.

Hierba y vino sólo nos darán más ebriedad.
Lo sé porque yo soy ese loco que aguarda
el increíble advenimiento de ninguna estrella
escondido dentro de una caja.
Que cadacual invente su propia almendra.
Y sobretodo
y de verdad por favor
que cadacual sea su propio perro,
que son bastantes ya las ciudades sumergidas que nos miran,
son suficientes las evidencias del mandala
en nuestras frentes tempranas.

Vengo del sur,
donde el sol es de fuego y la luz cegadora,
los cielos limpios de nubes son mis párpados indecibles,
y aunque soy ese loco que antiexiste,
sé muy bien que nos huyó la vieja.


Hoy he venido a contaros tres cuentos.
Uno sobre tuercas y muelles.
Otro sobre princesas y morsas.

He venido hoy
a contaros tres cuentos.
Uno sobre morsas y princesas.
Otro sobre muelles y tuercas.

Fue hermosa la historia de los muelles y las tuercas,
como el sol y la luna y la tierra y la mar,
amantes
bajo el crepúsculo de la espuma y la sal
amantes,
muelles y tuercas,
como la luna y el sol,
como la tierra y la mar.
Siempre anduvieron lejos muelles y tuercas.

Distanciados por un espacio de silencios horrorosos,
separados por un mundo que no les comprende
un muelle
y una tuerca
se han amado en secreto.
Mútuamente. En sus pensamientos.

Quiso ser el muelle
tornillo de las noches de verano perfumadas por el olor de su piel,
tornillo que encajase en su amada tuerca, joven y bella.
Quiso ser el muelle tornillo,
quiso ser tornillo el muelle.

La tuerca fue regalada, recitada, intraexistida de soñarlo.
La tuerca quedó espléndida, estupenda de existir.
La tuerca fue feliz de ver al muelle insistir.

Ocurrió que el muelle no encajaba para nada,
en las rendijas de su amada,
y de tanto ofuscarse en su soñada
ausencia de ausencia regalada,
se fue estirando descuidado
de que con sigo mismo se anudaba
en el cuerpo de su tuerca amada
para dejar de ser muelle
y ser alambre atrapado.

Y sin embargo,
es más hermosa,
la historia pomposa,
de la princesa y la morsa:

Ocurrió que una morsa quedó enamorada de una princesa en un castillo no muy lejos.
Ocurrió que una morsa quedó enamorada de una princesa nada más verla.
Ocurrió que una morsa se enamoró de una princesa. Ojos
de papel
labios
de perfecto cristal. Concluída. Resuelta. Grande era su gracia
y princesa era entre las más hermosas la más bella.

Ocurrió que la morsa comenzó a acudir todos los días a su castillo con alguna excusa.
Ocurrió que la morsa enamorada de la princesa iba a verla siempre que podía.
Ocurrió que la morsa absurda, la inconcebiblemente absurda morsa
se había propuesto conocer
qué había detrás del brillo de su sonrisa, detrás de su fina blusa.
Ocurrió que la morsa, la inconcebiblemente absurda morsa
no le dijo nunca nada a la princesa. Nada dijo la morsa.

Calló la morsa.
Y el silencio de su amor sólo lo compartió con las alimañas del bosque.
Calló la morsa. Y la princesa esperaba sus colmillos, su grasa, su baba.

Nada le dijo nunca la morsa a la princesa.
Nada le preguntó tampoco la princesa a la morsa.
Y un buen día, sin más, se fue la morsa.

Se fue la morsa. Se fue la morsa.
Ya no volvió la morsa. No volvió más la morsa.
La morsa se fue sin decir nada
y la princesa echó de menos
sus colmillos, su grasa y su baba.

Pero esto sólo son cuentos.
Esta es en realidad la historia
de como nos huyó la vieja.

Primero la juzgamos abordable. La consideramos definida.
La juzgamos finita, ya conforme a sus propias reglas.
Nadie puede escapar de la vieja que nos huye.
Nadie puede escapar de la vieja que nos huye.
No pudó escapar nadie. Huyó la vieja.
Fíjate como se aleja y te alcanza.

Huye tan rápido la vieja que cuando al miras ya está en otro sitio.
Poca gente lo sabe, pero las ideas es una vieja.
No. La idea es una vieja y se sienta a tomar el sol en los parques.
Las ideas
es una vieja.
Y casi nadie lo comprende.
La locura consiste en que todo el mundo está excesívamente cuerdo.

La locura del mundo
la alimenta la vieja que nos huye
con sus botes de laca y sus candelabros.

Oh! Loco insomne de las noches infinitas e iguales!
Oh! Muelle incalculable que gravitas alrededor de tu imposible!
Oh! Morsa inmunda! Oh, absurda morsa!

Todo lo que nos pasa es porque se fue la idea.
Antes de llegar.
Antes de venir vino.
Antes de llegar se había marchado
la vieja,
las ideas.

Por eso la locura de este mundo enfermo de cordura.
Huyó la vieja.
Sabedlo, morsas, muelles, tuercas,
locos insomnes.

No hay tribu.

No hay templo.

Huyó la vieja

y el mundo agoniza enfermo de cordura.

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