viernes, 18 de junio de 2010

TEORÍA DEL LABERINTO

Tome un autobús sin mirar. El primero que pase. Pero sin detenerse en el número o el recorrido establecido de la jornada. Mire distraído por la ventanilla. Deje volar su imaginación.
Cuando no reconozca el barrio o se sienta inseguro ante el paisaje que transita, solicite parada y descienda.

Toda calle es un espejismo del plano.
Una réplica de nuestro vértigo y nuestra angustia.
Toda calle es un ángulo del abismo.
Un brazo del monstruo que toda ciudad es para el hombre.

Escuchará las conversaciones del resto de pasajeros.
Y creerá que es un extranjero en su propia tierra.
Sentirá un peso en la garganta, en la boca del estómago y la menor corriente de aire erizará los límites de su carne.

Es usted un hombre. Un hombre, un hombre, un hombre.

Repítalo muchas veces, tantas veces como sea necesario.
Cuando la palabra suene hueca y carente de significado, abrá usted atravesado una pequeña portezuela.

Se ha perdido.

Los sentimientos de opresión y vastedad son dos púgiles repartiendo mamporros contra el puching ball de su cabeza.

"La ciudad es una esfera inteligible, cuyo centro esta en todas partes y la circunferencia en ninguna".
Una esquina es la quebrada ebriedad de un recuerdo.
Una farola, un banco, un pozo.
Un peatón que el azar situa en tu trayectoria, al doblar la manzana se ha desvanecido.
La boca abierta de una alcantarilla o una paloma extraviada.
Un parque, un árbol, una ventana encendida o una sombra.

Como ve ninguna disciplina existe con mayor interés que la de pasear a la deriva.
Ello se debe a las imprevisibles transformaciones de las calles a lo largo del tiempo.
Un mapa, una cuchilla, una palabra.
Las calles adoptan nombres que nada dicen sobre la piedra.
Muertos.
Lápidas que sirven de orientación mientras estamos vivos.
El sentimiento de extravio aumenta su miedo y su desolación ante el mundo.
No reconoce ni un sólo fotograma.
Busque la periferia.
Olvide la cena, su trabajo, sus hijos, su esposa.
Verá como una vez vivo, se pasea con mayor levedad por las álamedas.

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