viernes, 11 de junio de 2010

Historias del dojo. Shi.

El ronin y el maestro de té.


Tal vez sorprenda leer que la palabra 'samurai' significa 'siervo'. Esto no quiere decir que esta casta de guerreros ocupara un bajo escalafón social en el Japón feudal. Al contrario, ellos eran la élite de la sociedad de entonces. Tenían derecho a llevar armas y a usar apellidos, cosas prohibidas para campesinos, artesanos y comerciantes. Sin embargo, para la cultura japonesa no parece que servir se considere un deshonor. La ceremonia del té, donde lo que ocurre realmente es que se sirve té, requiere años de estudio y preparación, existiendo tres escuelas principales. También la cultura cristiana y otras han considerado la servidumbre como camino de realización. En general cualquier persona, de cualquier rango social o creencia personal, da muestras de clase y humildad cuando voluntariamente sirve a sus semejantes. En esta línea, los samurai eran fieles sirvientes de su 'daimyo', señor feudal soberano existente entre los siglos X y XIX. Si su señor moría, no dudaban en suicidarse mediante seppuku o, en el mejor de los casos, vagaban sin amo en busca de una muerte prematura, convirtiéndose así en 'ronin', la peligrosa y enigmática figura del samurai errante.


Tras la terrible batalla de Sekigahara en el año 1600, llegaba a su fin el periodo de guerras civiles que durante largo tiempo asoló el Japón y comenzaba la unión territorial bajo el shogunato del clan Tokugawa. En dicha batalla el resto de clanes fueron definitivamente derrotados, dejando auténticas montañas de cadáveres de samurai en el campo de batalla y ríos de ronin por todo el Japón, puesto que los supervivientes no regresarían derrotados y sin honor a sus aldeas. En el periodo de paz que comenzaba, se aniquiló a todos los cristianos, que allí no tuvieron tanta suerte como con los indios americanos, y se prohibió la presencia de extranjeros en todo el archipiélago. Japón se miraba a sí mismo, y así estuvo más de dos siglos hasta la restauración Meiji en 1867. En las guerras recientes el mosquete de mecha había hecho su aparición, y también la arquería y la equitación cobraron protagonismo. Conseguida la paz, el noble arte de la espada regresaba a la vida cotidiana del Japón y aparecieron guerreros de gran importancia histórica, como Miyamoto Musashi, autor del conocido libro de estrategia de Los Cinco Anillos, que hicieron de la esgrima y de la katana símbolos inalienables de Japón.




Se cuenta que por aquellas fechas un ronin se había apostado en el puente de un río para enfrentarse a todo guerrero que pretendiera cruzarlo. Llevaba allí varias semanas y, en ese tiempo, había hecho huir o derrotado a más de cien hombres. Uno de aquellos días, un maestro de té a quien le habían hecho el encargo de preparar la ceremonia en un castillo cercano, llegó hasta el puente y se encontró con la hostilidad del decidido ronin. Las ropas y colores pertenecientes al señor del castillo hicieron pensar al ronin que se hallaba ante un guerrero.


- No puedes pasar sin lucha -le espetó éste.

- No soy un guerrero -contestó el maestro de té-. Sólo acudo al castillo para prepararle el té al daimyo.

- No me importan tus excusas -insistió el ronin, quien por orgullo ya no se avino a razones-. He jurado morir aquí y que nadie cruce el puente mientras viva.

- Pero si yo muero ahora -replicó el maestro-, será mi honor el que se vea seriamente en entredicho, pues he jurado preparar el té en el castillo y los invitados del señor esperan.


Tras algunas deliberaciones, el ronin dejó pasar al maestro de té con la condición de que, cumplida su promesa, regresara al puente para darle la oportunidad de cumplir él la suya.


Esta eventualidad no turbó la mente del maestro y llevó a cabo la ceremonia con la impecabilidad acostumbrada. La ceremonia del té está muy influenciada por el zen y se pretende que el momento, irrepetible, se disfrute al máximo. Para conseguir esto, se requiere una concentración extrema y un cuidado del detalle exquisito. El señor del castillo, hombre también docto y avezado, quiso fijar la fecha para una próxima ceremonia. Entonces el maestro le expuso lo acontecido y se disculpó por no poder seguir sirviéndole como hasta ahora. Su daimyo, tras un momento de intensa cavilación, le aconsejó:


- Tu nivel de concentración es tan elevado que no creo que tengas problemas para enfrentarte con ningún samurai. Toma, llévate esta espada. Cuando comience el combate, empúñala con ambas manos, álzala sobre tu cabeza y cierra los ojos a la espera de sentir la cercanía de tu enemigo. Cuando esto ocurra, asesta un único golpe con todas tus fuerzas. Después espera la muerte en calma, porque morirás con honor: con toda probabilidad, ambos moriréis.


El maestro agradeció a su señor que le brindara la posibilidad de morir con honor. Regresó al puente donde el ronin esperaba. Cada uno tomó posición a un lado del mismo. Se observaron mientras el río rugía furioso más abajo. El ronin desenvainó y gritó para dar comienzo al combate. El maestro adoptó la posición que le había aconsejado su señor, alzando la espada por encima de la cabeza, cerrando los ojos con calma y disponiendo su alma como una hoja de otoño espera la llegada del viento.


Después de un buen rato, nada había sucedido. El maestro se preguntó si la muerte era algo tan sutil. Abrió los ojos para comprobarlo y lo que contempló no le asombró más que el perfume que emanan los ciruelos de su jardín, sobre todo en la época de maduración de la fruta.


El ronin había huido.




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