viernes, 18 de junio de 2010

LA GRAN MURALLA

El emperador Shi Huang Ti, (260 a.C-210 a.C) ordenó construir una tapia que protegiera su huerto. Pero su miedo no disminuía, y como continuaba sintiéndose inseguro, a la mañana siguiente, mandó a sus hombres que tapiaran también el palacio. Desde bien pequeño, el emperador soñaba con ser inmortal. Con el tiempo, aquel deseo sólo hizo que aumentar, hasta convertirse en el centro de una aguda obsesión. Era cierto que había padecido más de un atentado, pero sus agentes se encargaron de frustrar las intenciones de los asesinos, sin lograr calmar en ningún momento, la enfermiza imaginación del todopoderoso emperador, que pugnaba con la misma fuerza por unificar los diferentes estados feudales como por salvar su propia vida.

A oscuras y en absoluto silencio, recorría los interminables pasillos de aquel gigantesco palacio, acompañado de sus escasos siervos de confianza. Cambiaba de habitación en mitad de la noche, convencido de despistar así, las confabulaciones de los astutos criminales que tramaban un atentado contra su vida. El palacio constaba de 365 habitaciones. Y cada noche se representaba el mismo juego.

Llegó incluso a contratar a dobles. Hombres que gozaban de un extraordinario parecido con él, pululaban por las diferentes estancias del recinto, vestidos con las mismas fastuosas ropas que solía vestir el tirano supersticioso.

Su ejercito continuaba anexionando estados feudales con severa prontitud, mientras su aparatosa burocracia pasaba a convertirlos en numeradas provincias de un nuevo imperio basado en políticas marcadamente legalistas. Tras conquistar el último estado chino independiente (en el 221 a. de C), Shi Huang Ti se convirtió en el definitivo emperador, dominando finalmente toda la China, algo que no tenía precedentes en la historia.

Fue entonces cuando Shi Huang Ti decidió quemar todos los libros que hasta el momento existían. Aquella demencial decisión tuvo sus detractores, y éstos pasaron a correr la misma suerte que los libros.

Ahora sí podía asegurar que era el primer emperador de la China y la historia le daba la razón.

Mientras, los más afortunados, se vieron obligados a levantar una muralla que protegiera aquel imperio. Miles de chinos trabajaban infatigablemente en aquella abominación, que ya sabía Shi Huang Ti, se vería desde la mismísima luna.

Pero el primer emperador no pudo ver finalizada su obra. Murió de un paro cardiaco, ejecutando un viaje por la China oriental, en busca de las legendarias islas de los inmortales (situadas más allá de la costa este), creyendo que el mágico elixir se hallaba en la isla de Zhifu.

Eran los comienzos de septiembre del año 210 a.C, y se hallaban camino del palacio de la prefectura de Shaqiu, que estaba a dos meses de distancia de la capital, Xiangyang. El primer ministro y su mano derecha, Li Si, verdadero hombre de confianza, quedó gravemente consternado. La noticia de su muerte levantaría revueltas inevitables y debilitarían el reciente imperio, dadas las brutales políticas aplicadas y el creciente resentimiento de la población, forzada a trabajar, generación tras generación, en un proyecto tan interminable como la Gran Muralla.

Llevaría dos meses al gobierno alcanzar la capital, y no sería posible detener el levantamiento desde otro lugar. Li Si decidió ocultar la muerte del emperador y regresar a Xiangyang con el muerto, en el interior de una diminuta diligencia imperial.

Li Si recorrió más de 3000 kilómetros encerrado en una lujosa carcasa con la compañía solitaria de un muñeco de carne inerte. Desconocemos los temas que pudieron entablar en su interior, ni como se las arregló Li Si para soportar el olor de esas fétidas conversaciones.

La mayor parte del elenco imperial desconocía la muerte del emperador, y cada día, Li Si entraba en la diligencia, donde se suponía que viajaba el emperador, pretendiendo hacer que discutían trascendentales asuntos de estado. La supersticiosa y maniática naturaleza del emperador mientras vivía, permitió que esta estratagema funcionara y que no se despertaran sospechas entre los cortesanos. Uno de los dobles, consiguió penetrar en palacio sin ser visto, y alcanzar la habitación donde Li Si guardaba el cadáver. Entre los dos se deshicieron del cuerpo, y fue así, como Shi Huang Ti logró su ansiada inmortalidad.

Más fatigoso era por las noches, cuando Li Si debía escuchar, las voces, los pasos y los cuchicheos constantes de los otros dobles, que también ansiaban una parte de aquella suculenta inmortalidad.




1 comentario:

  1. Fabuloso retrato de las desmedidas ambiciones,
    y de como los hombres cegados por el ego,se obsesionan con ocupar un lugar en la historia,en un iluso sueño de inmortalidad.
    Vale por lo logrado,pero quien vive para ser aclamado en el futuro,se le puede ir su presente sin darse cuenta,
    Por otra parte,¿Quien somos para juzgar voluntades,de quienes están dispuestos a vivir tanto sacrificio para lograr su obra?
    En lo personal,una vida así,yo ni loco.
    Hay que comprender que cada quien lleva dentro la capacidad de participar en el goce del concierto universal,a nuestra manera,y en nuestro interior existe una conciencia que nos llevará a la acción,o la omisión.
    Para unos es la felicidad,la meta;otros buscan la gloria,y otros se encuentran atrapados en una vida que no les dá ésas opciones.
    Así es la naturaleza del karma.
    Pará lo que no hay respuesta,es el porqué.

    ResponderEliminar