martes, 15 de junio de 2010

Robert Louis Stevenson


Para comprender bien a Robert Louis Stevenson, uno tiene que comprender primero la ciudad de Edimburgo. He tenido la enorme suerte de pasear durante un día por sus calles y captar algo de la psicología del ambiente.


En este dibujo del año 1460 se puede apreciar cómo lo que hoy en día es el casco antiguo de la ciudad se haya asentado sobre una colina alargada, a los pies del castillo. Por ello, incluso en estas fechas, hay una calle central que lo atraviesa y a sus lados se abren pequeñas bocas de callejones que conducen a realidades mucho más bajas en altura, a cual más distinta, dando así lugar a una parte alta luminosa con oberturas hacia diferentes tipos de oscuridades. Esta es una de las primeras dualidades que marcarían al joven Stevenson.



Como se puede apreciar vagamente en el dibujo, la ciudad estaba rodeada de una poderosa muralla. A medida que creció la población comenzaron a construir unos edificios encima de otros, llegando hasta las 7 u 8 plantas, quizá 9 ó 10, algo impensable en la época de la que hablamos y, por supuesto, todos apiñados como buenamente salían. A las diez en punto de la noche, los habitantes del antiguo Edimburgo empezaban a arrojar las aguas fecales almacenadas durante el día por la ventana. Así se creó otra dualidad: en las primeras plantas la pestilencia era insoportable y, en consecuencia, en las plantas altas vivían los más pudientes. Se puede añadir, además, la cantidad ingente de chimeneas que existía en tan reducido espacio, llenando todo de humo e impidiendo la ventilación de la ciudad.


En el siglo XIX la situación se hizo insostenible para algunos y, a la derecha del mapa, donde se ve ese lago, y donde suelen ocurrir estas cosas, se construyó la New Town. Desde entonces habría dos ciudades, otra dualidad. Todos los ricos abandonaron en masa la parte vieja y dejaron numerosos edificios vacíos, los cuales fueron inmediatamente ocupados por los pobres más avispados. Sin embargo, donde antes vivía una familia por planta, ahora vivía una en cada habitación. El problema de la superpoblación se agravó, y con él los olores, el humo, etc.


Robert Louis Stevenson nació en la parte nueva de la ciudad en una familia acomodada. No obstante, se hallaba fascinado por los contrastes de la parte vieja y paseaba por sus callejones contemplándolo todo: interminables pobres adueñados de edificios ricos; la luz despedida por las ventanas y la oscuridad impenetrable de los adoquines (no existía iluminación pública); el aire más o menos respirable de los pisos más altos y la hediondez absoluta de las plantas más bajas.


También se debe añadir, en honor a la verdad, que el tipo era un golfo del copón. En aquella época la población edimburguesa de la parte vieja bebía de media tres galones de whisky por semana, que corresponde al volumen de 24 pintas, ya que estaba más barato que la cerveza y el frío era atroz. Eso sin contar que había más prostitutas que en el Port Royal de Morgan y La Habana de Castro juntas. De hecho, el joven Stevenson perdió la virginidad en aquellas calles. Pero también es cierto que la cantidad de personajes e historias truculentas que allí se daban estimulaban convenientemente su creatividad literaria.


En fin, no es de extrañar que los personajes del autor de La isla del tesoro vengan definidos por fuerzas antagónicas jungianas, siendo el caso más claro El extraño caso del doctor Jekill y mister Hyde.


Y como no podía ser de otra manera, los escoceses de esta ciudad siguen perseguidos por tales dualidades. Son gente de lo más cívica y cabal desde el lunes por la mañana hasta el viernes por la tarde. Durante el fin de semana, sin embargo, los brebajes realizan sus transformaciones sobre los edimburgueses.


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